Por
  • Andrés García Inda

Tanto que celebrar

Opinión
41º Aniversario Constitución
POL

Algunos juristas se preguntan si el actual 'impasse' del modelo constitucional, en el que se inscribe nuestra Constitución, es un momento de crisis o un proceso de decadencia. Porque hace ya tiempo que la noción de crisis, lejos del sentido etimológico que tenía para referirse a ese instante crucial en el que el enfermo empeoraba o mejoraba, se ha convertido en un estado definitivo y permanente del cuerpo social.

En términos generales el constitucionalismo es la expresión de un compromiso, en el doble sentido del término, como obligación o palabra dada y como apuro o dificultad. Es el resultado de un pacto para responder a un desafío: el compromiso entre el principio democrático -expresado en la regla de la mayoría- y el principio liberal -representado en la separación de poderes y el reconocimiento y garantía de los derechos fundamentales (incluidas las minorías)-. Suele decirse que esos principios son como las olas y la playa: si unas avanzan la otra retrocede (y viceversa). Por eso las constituciones son el esfuerzo siempre inestable -crítico- por limitar el poder, equilibrando una balanza en la que si se inclina demasiado uno u otro de los platillos, todo el mundo sale perdiendo.

Hoy día al menos dos grandes embates tratan de alterar ese inestable equilibrio. De un lado las presiones externas de la globalización; de otro las pulsiones internas de movimientos nacionalistas y populistas. Desde ambos extremos, aunque aparentemente se critiquen aspectos concretos de la Norma (el modelo territorial, la monarquía parlamentaria, la organización política…), es el propio enfoque normativo -la balanza misma- lo que se pone en cuestión (más allá de esos aspectos que son más la excusa que el motivo, como si pretendiéramos encontrar la solución a un conflicto familiar en el régimen jurídico-patrimonial, o el remedio definitivo a un conflicto vecinal en la Ley de Propiedad Horizontal, y sin que eso signifique menospreciar la importancia que unas u otras regulaciones tienen en la organización de la vida social).

Lo que está en juego es el sentido mismo del modelo constitucional. Frente a la idea -compromiso- de la Constitución como límite y condición institucional para el ejercicio del poder, lo que reclaman es una Constitución que sea instrumento o herramienta para el ejercicio excepcional del mismo. De ahí el desprecio del Derecho, considerado un obstáculo infecundo en tiempos calificados de emergencia. Y de ahí también la creciente reivindicación de la decisión política al margen de las normas. Aunque ese decisionismo también se disfrace de la idea de derecho -el ‘derecho a decidir’ por encima del Derecho y los derechos- o se revista con los edulcorados ropajes del ‘diálogo’, cuando en realidad el modelo constitucional es la expresión del cauce jurídico-institucional en el que el diálogo debería desarrollarse.

Celebrar no es solo conmemorar o recordar un compromiso, sino actualizarlo y renovarlo. Por eso todos los días hay algo que celebrar. Cuando menos que se ha alcanzado ese día. O hasta celebrar que ese día no hay nada especial por lo que hacerlo (¡bendita rutina y bendito aburrimiento!). Algo así sugería Humpty Dumpty, el personaje de Lewis Carroll, cuando explicaba a Alicia que la corbata que llevaba puesta era un regalo de no-cumpleaños. Cuando Alicia, extrañada, le dice que prefiere los regalos de cumpleaños, Humpty Dumpty responde airado:

—No sabes lo que dices. A ver, ¿cuántos días tiene el año?

—Trescientos sesenta y cinco –contesta Alicia.

—¿Y cuántos días de cumpleaños tienes tú?

—Uno.

—Bueno, pues si le restas uno a esos trescientos sesenta y cinco días, ¿cuántos te quedan?

—Trescientos sesenta y cuatro, naturalmente.

Hay quienes dicen que el día de la Constitución no hay nada que celebrar, lo que en la lógica (matemática) de Humpty Dumpty lleva a pensar que hay que celebrarlo todo. No solo el día de hoy, sino sobre todo los trescientos sesenta y cuatro restantes, multiplicados por los años correspondientes. Porque las Constituciones no cumplen años solo gracias al trabajo o la preocupación de los juristas (aunque necesiten de ellos); y por desgracia la mayoría de los políticos hoy día no están poniendo mucho de su parte. Son los ciudadanos quienes pueden -y debemos- dar sentido cotidiano a ese compromiso.

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