Por
  • Pedro C. Marijuán

Nos gusta hablar

Hablar cara a cara con otra persona alivia la sensación de soledad.
Hablar cara a cara con otra persona alivia la sensación de soledad.
HERALDO

Vaya obviedad, claro que nos gusta hablar, hasta a los de carácter más retraído. Si uno mira alrededor, es llamativo la cantidad de gente que vemos hablando: en las calles y paseos, en el trabajo, en las cafeterías, en los restaurantes, en las fiestas… En todos los sitios hay gente hablando, o bien cara a cara o por el móvil. Somos ‘Homo loquens’, la especie habladora, va en nuestros genes. Pero una pregunta aparentemente muy sencilla, la de ¿cuánto hablamos a lo largo del día?, resulta difícil de responder. Aparte de los muchos factores que influyen, la pregunta tiene un calado adicional muy importante: ¿qué ocurre cuando no tenemos con quien hablar?

Es el problema de la soledad, un drama para muchos. Y gran paradoja: en la sociedad de la información, de la comunicación, ha aumentado de modo exagerado la gente que lo sufre. Algunos expertos hablan directamente de ‘epidemia de soledad’. Hace poco más de un año, los diarios mostraron cifras elocuentes del Reino Unido (quizás pronto Desunido): la soledad afecta a más de nueve millones de británicos, la mayor parte ancianos, y de ellos 200.000 no habían hablado con nadie durante más de un año. Se anunció por parte de la primera ministra (Theresa May por aquellas fechas) la creación de un ‘ministerio de la soledad’. Y también por aquí y en algún otro país hubo anuncios en esa misma dirección.

Se trata de un problema mundial. En la mayoría de los países occidentales, cerca de un cuarto de la población vive sola, y la mayor parte son ancianos. La soledad (no deseada) se considera el principal factor de riesgo para la salud física y mental. Conlleva un auténtico sufrimiento emocional, con importantes repercusiones en salud general, sistema inmunitario y procesos neurodegenerativos. Medicalizar la soledad y abordarla con ansiolíticos, antidepresivos u otras medicaciones contribuye a agravar los problemas, por sus efectos secundarios. Son ‘píldoras de socialidad’ lo que haría falta.

Al respecto, la investigación del Grupo de Bioinformación que dirigía este autor, en el Instituto Aragonés de Ciencias de la Salud, intentaba responder a la pregunta de más arriba, de cuánto hablamos, y también a la de con quiénes hablamos. Pero más que los resultados concretos de nuestros trabajos de campo, lo que se hizo evidente fue ‘el no hablamos’. Encontramos, por ejemplo, que tras la jubilación los mayores pierden en promedio casi el 50% de su ‘sociotipo’; y lo mismo ocurre con la viudedad, que se lleva por delante otro 50% del sociotipo. Por sociotipo queremos indicar aquí la porción de sociedad que uno vive directamente (familia, amigos, colegas, conocidos), con la que se habla, con la que se tiene algún tipo de lazos. Y por este orden lo que cuenta en cuanto a efectos saludables del hablar es, primero, el hacerlo cara a cara, segundo por el móvil y tercero por los intercambios de mensajes y textos (que contribuyen escasamente). Está demostrado que las nuevas tecnologías y medios de comunicación eliminan una parte sustancial del sociotipo natural, directo, y que a la larga contribuyen a la ansiedad y la depresión. Y al aislamiento.

Y ahora viene una aplicación práctica de nuestra investigación sobre el sociotipo. Dado que en el trabajo de campo la Oficina del Mayor del Ayuntamiento de Zaragoza nos había brindado una excelente colaboración, les propusimos poner en marcha una iniciativa piloto ‘Nos Gusta Hablar’. Se trataba simple y llanamente de juntar a grupos de mayores en los centros de convivencia municipales para hablar, sin la excusa de otras actividades como talleres o similares (aunque prestando un ligero apoyo inicial de monitores), y ver qué pasaba, cómo funcionaba la iniciativa. Hicimos un bonito cartel, se realizó la prueba piloto en el Centro de Santa Isabel… y funcionó fenomenalmente. Las frases «me ha cambiado la vida» o «por fin tengo con quien hablar y no ver la tele sola» han sido lo más repetido en ese centro y en otros dos que han replicado la iniciativa. Pues sí, predominaban las mujeres y las viudas. En fin, la iniciativa ha aparecido con frecuencia en los medios, incluso nacionales y por televisión, y no hace falta extenderse mucho al respecto. Lo importante es que se siga difundiendo en más sitios, que haya más gente a la que ‘le ha cambiado la vida’.

La moraleja con la que quiero cerrar este artículo está clara: hablen, hablen con los mayores. Ustedes también pasarán un buen rato y a ellos les estarán dando sociotipo, auténticas píldoras de socialidad, o ‘factores tróficos’ para la vitalidad de su cerebro que diría un neurocientífico. En realidad necesitamos un gran cambio cultural al respecto, pero ese es tema para otro día.

Pedro C. Marijuán, investigador independiente, es licenciado en Ingeniería y doctor en Neurociencia Cognitiva

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