Por
  • J. L. Rodríguez García

Rostros

Careta de Donald Trump durante una protesta.
Careta de Donald Trump durante una protesta.
David Maung / Efe

La cara es el espejo del alma, sentenció el muy astuto Cicerón, tapándose los ojos, pero brindando a la posteridad un medio refrán sumamente manoseado. Ni que decir tiene que psicólogos y aficionados iniciaron de inmediato la batalla para catalogar los distintos gestos que el rostro humano puede adoptar: alegría, estupor, ira, odio, ironía… De modo que nos resulta fácil adivinar qué pasa por el alma de un amigo o de un cualquiera elegido al azar observando su cara. Y es que la sociedad es un universo de gestos. Ahora, claro está, con la dichosa moda de las caretas se está poniendo complicada la operación, porque nos encontramos con miles de puigdemones, o trumpes, pero siempre existe un momento en que el interfecto se desenmascara… 

Dicho esto, agregaré que existe algo que me incomoda en los últimos tiempos. Y es que el rostro de unos y otros, salvando las distancias, que suelen ser mínimas, está teñido de indiferencia, cansancio ante el circo que vivimos y que es insultantemente atroz, y odio y revanchismo. Así que sobrevivimos ahogados en el suelo mal nutricio de la indiferencia. Me gustaría identificar a los responsables que han convertido la Ciudad humana en un campo de inmundicias donde sólo parecen reírse los payasos y los mendaces que prometen a diestro y siniestro susurrando cómo es posible que seamos tan incautos. Algún día todo cambiará y el gesto del odio y el hartazgo se desvanecerá. Dichosos quienes asistan a ese amanecer que será merecido.

J. L. Rodríguez es catedrático de Filosofía (Unizar)

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