Pactos de la lechera
El pactómetro calibra cómo va la carrera en el pactódromo para intentar guardar bajo llave un ‘sí quiero’ en la pactoteca. ¡Qué galimatías!
Y ocurrió… que el feroz lobo acordó con la cándida Caperucita no morder ni a la abuela ni a la niña y, en su lugar, irse al bosque a recolectar setas (abrigando bien a la abuela por aquello del reuma).
Y sucedió… que los tres cerditos (¿eran cuatro?) llegaron al acuerdo de compartir una vivienda en multipropiedad en Benidorm con el otro lobo a cambio de que no les derrumbara sus edificaciones de protección oficial.
Y acaeció… que Pulgarcito ofreció gominolas de calimocho a la vaca para que no se lo comiera; y así se pasaron la tarde vaca y niño (niño y vaca) calimocho va, calimocho viene. ¡Y tan felices!
Y aconteció… que, tras un buen tira y afloja, la mala malísima de la bruja-madrastra ofreció a Blancanieves una riquísima manzana envuelta en velo de caramelo carmín a cambio de que la bella moza le zurciera la capa negra negrísima con primorosa delicadeza.
Y resultó… que el patito feo llegó a un acuerdo con sus hermanos para que le cedieran unas cuantas plumas de caña fina mientras que él les dio lecciones de canto (tanto de pato como de cisne).
Y Pedro y Pablo seguían y seguían discutiendo, criticando, usurpando, ministeriando, embarullando… Y llegó la vaca y los pateó, y llegó la bruja y se los asó, y llegó el lobito y se los comió. Y colorín… ¡colorado me he quedado!
Como diría el loco: cuando una puerta se cierra, cada lobo por su senda.