Foto de Blanca Fernández Ochoa
Foto de Blanca Fernández Ochoa
Maiter Fernándes/Archivo Heraldo

De pequeña tenía pegado en el fondo de una cama abatible un póster de Paquito Fernández Ochoa, el primer medallista de oro en la historia del Olimpismo de nuestro país. Allí estuvo hasta que mi madre decidió deshacerse de ese cuarto, con Paquito dentro. Me dio pena porque centraba muchos de mis sueños en los que me veía llorando sobre la gloria de un podio con una medalla, o ganando Eurovisión. Y él estaba ahí, en Sapporo, feliz, con sus brazos en alto, como símbolo de muchas cosas, del triunfo del esfuerzo.

La muerte de Blanca Fernández Ochoa nos echa a la cara ese abandono al que sometemos muchas veces al que triunfa cuando ya no está arriba ni gana medallas, y minusvaloramos incluso la voluntad de quien fue la primera mujer en conseguir una medalla olímpica para España en unos Juegos de Invierno. De lograrlo bajo la sombra y la presión social de un mito, el de su hermano. Algo que le ha perseguido toda la vida. A ella y a nosotros.

Tendemos a la ingratitud con el olvido, llevados por ese afán de muchos de ser más que el resto, por eso cuando ya no estás, no esquías... ya no eres nadie. El pintor Eduardo Laborda lo explica al recordar por qué quiso revivir a Marcial Buj, ‘Chas’, alma de HERALDO, uno de los referentes del periodismo entre 1930 y 1959. Tan querido que el día que murió la gente le hizo un largo pasillo por la calle plagado de flores. Pero cayó en el más absoluto olvido.

Hoy alabamos el triunfo de mujeres como Mireia Belmonte, Carolina Marín o Lydia Valentín olvidando que antes estuvo Blanca, sin póster en una cama abatible.

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