Por
  • Chaime Marcuello Servós

Rezaré por ti

Rezaré por ti
Rezaré por ti
POL

Cuando se despidió me dijo: «Rezaré por ti, acuérdate tú de rezar por mí». Y era algo lógico, después de nuestra conversación. Sin embargo, sonaba extraño escuchar en alto esas palabras. Bastó ver la cara de sorpresa de un tipo que estaba en la mesa de al lado, tatuado y con frondosos ‘piercings’ en orejas y nariz. Se volvió a mirar quién pronunciaba tal dislate. Seguro que le hubiera parecido más normal que le hubieran pedido marihuana para liar un porro. No así escuchar semejante expresión: ¡rezar!

¿Qué sentido tiene este verbo en nuestra sociedad de consumo digitalizada? ¿Qué significa en este mundo con máquinas capaces de ‘conversar’? Hoy es un verbo escondido, camuflado, casi olvidado. Se encuentra en un terreno movedizo y controvertido porque para unos remite a una acción propia de crédulos, ingenuos y retrasados. Para otros a un asunto de gente dogmática, intelectualmente débil y anclada en el pasado. Siguiendo ese hilo piensan en fanáticos religiosos que antes de estallarse gritan ¡Allahu akbar! Y así terminan recordando que hay pueblos ‘retrasados’ apoyando regímenes teocráticos que hacen de su rey o reina el jefe de su iglesia, como en Inglaterra. O sin ir tan lejos, en España, entre quienes se reclaman alcanzar un Estado laico como debe ser, consideran que todavía no se han superado los tiempos donde el nacionalcatolicismo complicó abundantemente el tema. En cualquier caso, las percepciones y posiciones van por barrios y familias. Aquí, por fortuna las cosas han cambiado y ya no se vive como en siglos pasados donde las formas de interacción social y política convirtieron lo religioso en un sistema opresivo. Nuestra sociedad se ha secularizado, con lo cual el sentido y el significado del verbo rezar tiene otro contexto interpretativo.

Desde que Marx pontificó diciendo que «la religión es el opio del pueblo». Darwin formuló su teoría. Nietzsche la usó como argumento para matar a Dios. Mientras Freud sostenía que la religión es una neurosis obsesiva común en los seres humanos… El orden del mundo ha mutado más de lo que podrían imaginarse hace cien años. Sin embargo, por mucho que aquellas miserias religiosas fueran «la expresión de la miseria real y la protesta contra la miseria real». Por mucho que la religión fuera «el suspiro de la criatura atormentada, el alma de un mundo desalmado, […] de situaciones carentes de espíritu» eso de rezar tiene más enjundia de la que parece. Y puede ser que Dios sea el gran engaño construido colectivamente para apaciguar miedos y traumas. Puede ser que ese pretexto perfecto siga sirviendo para engatusar conciencias frágiles y dominar a las masas. Pero da la impresión que ahora los analgésicos de nuestra sociedad hipertecnologizada son otros.

En la atmósfera simbólica de nuestro tiempo hemos renunciado a las utopías y a las promesas de paraísos fantásticos a disfrutar en el más allá. Cuenta el aquí y ahora, el carpe diem que nos baña en wasaps, fotos y ‘likes’. Por esto mismo, se nos sigue domesticando con procedimientos igual o más perversos. Pueden ser opioides sintéticos comprados en farmacia, programas de televisión, videojuegos o aplicaciones para el móvil. La narcotización ya no se sustenta en las viejas pautas tradicionales que aportaban referencias y rumbo claro, quizá por eso ahora es más necesario rezar para tomar conciencia plena. Pero no con la moda del ‘mindfulness’ que vende la meditación aconfesional como sucedáneo narcisista centrado en el ego. Respirar, tomar conciencia, escuchar mociones interiores, modular de las pulsiones íntimas, dejarse llevar al silencio donde las palabras cotidianas cobran una dimensión distinta. Sentir el cuerpo y las ideas que fluyen por la conciencia. Respirar, llenar los pulmones de oxígeno y soltar poco a poco hasta sentir el vacío. Con eso no es suficiente.

Rezaré por ti y por los demás, decía mi amigo, significa correr el riesgo de buscar, de preguntar y encontrar lo que no esperabas, teniendo que cambiar lo que no querrías para salir de ti y hacer mejor el mundo. Es una dimensión que lleva al amor y al sacrificio, otras dos palabras complicadas en estos tiempos.

Chaime Marcuello es profesor de la Universidad de Zaragoza

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