Vaivenes comerciales
Los líderes de Estados Unidos y China optaron ayer por lanzar mensajes de tranquilidad en su guerra comercial. Estos gestos ayudaron a templar, relativamente, los ánimos, lo que tuvo su reflejo en los parqués. La Bolsa española subió un 0,34 % por la recuperación de Wall Street ante la distensión de las relaciones comerciales. No obstante, Washington y Pekín mantienen las espadas en alto
Desde Biarritz, donde ayer concluyó la cumbre del G7, Donald Trump ha reducido el tono de sus incendiarias declaraciones del pasado fin de semana y ha asegurado que China ha expresado su deseo de retomar las conversaciones bilaterales, previstas para el próximo lunes. El aparente giro en la actitud del presidente estadounidense ha hecho que también Pekín opte por mostrarse más conciliador. El viceprimer ministro Liu He, jefe de la delegación china en esos encuentros, ha instado a una «negociación reposada». Vuelve, pues, la calma tras la tormenta, al menos por el momento.
Cualquier tipo de acercamiento de las posturas, por incierto que sea, debe ser bienvenido porque Pekín y Washington han demostrado que están dispuestos a utilizar todas sus armas económicas disponibles. De hecho, China ha dejado claro que tiene más capacidad de represalias que la que le suponía la Administración Trump. De este modo, una guerra comercial puede convertirse fácilmente en una guerra de divisas o de deuda. Lo cierto es que este es un conflicto de fondo por la hegemonía económica, con el dominio de los mercados tecnológicos como objetivo principal. Pero no es una cuestión de dos: los efectos de esta guerra fría económica ya están dañando tanto o más a terceros que a los propios contendientes. Por ello y por las dudas que suscitan tanto Washington como Pekín, la UE debe elaborar con rapidez una respuesta común puesto que las economías europeas son las principales damnificadas del desorden global.
