Flores y floreros

La diputada electa del PP Cayetana Álvarez de Toledo.
La diputada del PP Cayetana Álvarez de Toledo.
Efe

En el mes de marzo, en esta misma página, valoraba lo que había supuesto la salida masiva de las mujeres a las calles de nuestras ciudades. Así mismo señalaba la importancia del debate sobre el feminismo que se había abierto en nuestro país, como consecuencia de coincidir con la convocatoria electoral. Las encuestas detectaban la configuración de un nuevo sujeto colectivo, que distaba mucho de ser homogéneo, pues las mujeres reflejaban como colectivo las mismas fracturas que el conjunto de la sociedad. Y justamente dicha fractura se ha manifestado claramente cuando la diputada del PP por Barcelona, Cayetana Álvarez de Toledo, ha llamado «mujer florero» a la portavoz de Unidas Podemos: «Vicepresidencia social simbólica (para una mujer). Es decir, vicepresidencia florero para una mujer florero. Así no, bonita».

El comentario lo realiza tras la oferta del PSOE a Irene Montero de ocupar una vicepresidencia social, todo en el marco de las negociaciones para la investidura del candidato a la presidencia del Gobierno, Pedro Sánchez. Dichas palabras demuestran que todo movimiento tiene marcha atrás y lo que resulta más difícil de comprender que lo protagonice una mujer. Hacía mucho tiempo que no había leído declaraciones de este tipo en las que vuelven a descalificar a las mujeres titulándolas como florero: niña bonita, tonta, sumisa. Ella no es más que un adorno en una institución, en la que no se entera de nada y, por supuesto, no trabaja. Sus competencias de carácter social son flores que adornan un florero. Me resonaron profundamente estas descalificaciones pues, ya hace años, cuando asumí responsabilidades institucionales, en las que en algunos casos fui la primera mujer y en otros la única, jamás nadie, ni hombre ni mujer, me llamó florero. Parece evidente que hay un importante sector político que le gustaría que se produjera una marcha atrás y, por tanto, creo que no debemos permitir que se descalifique a las mujeres que en uso de su libertad, igualdad, y respeto a los ciudadanos que las han votado, decidan asumir responsabilidades políticas e institucionales.

No sé si a Carmen Calvo, la vicepresidenta en funciones, le gustan las flores, pero fue muy simbólico verla dar una rueda de prensa en la segunda sesión del debate de investidura con una llamativa flor en la solapa de su chaqueta.

Les confieso que me gustan, y mucho, las flores. Quizá porque de pequeña viví en una casa con jardín. Ventajas de ser hija de maestra rural. De aquellos años recuerdo los juegos infantiles entre azucenas, peonías, lilas y rosales. Estas flores las asocio a momentos felices y por eso he querido plantarlas y cuidarlas. Me gustan, por tanto, también los floreros donde puedes gozar y disfrutarlas, una vez cortadas. Tengo muchas amigas que cuidan primorosamente sus plantas y son felices cuando les brindan sus primeras flores que nos mandan inmediatamente para que nosotras también las gocemos.

«Si disponemos de poco tiempo, si alrededor de nosotros el mundo vacila y la muerte, en todas sus formas, avanza, lo único que podemos hacer es transformar una parcela de tierra, no importa cuál, en un lugar acogedor, un lugar que acoja más vida». Ese lugar acogedor es, para el poeta Teodor Ceric, un jardín. Así lo describe en su libro ‘Jardines en tiempos de guerra’. Aparte de por su propio jardín, al que el autor alude brevemente al final del libro, la mirada sensible de Teodor Ceric se pasea por otros siete famosos, íntimos o convencionales jardines. Cada uno con su propia poética y multiplicidad de significados. Ve y transmite lo que esos jardines dicen, lee en la elección y disposición de sus rosales, helechos y caléndulas como quien lee entre los versos de un poema autobiográfico. Encuentra en ellos su casa. Y de paso cuenta su propia historia. Ahora vive en las afueras de Sarajevo. Dice que ha dejado de escribir. Que solo le interesa ya el cuidado de su propio jardín. En cumplimiento de la lección del ‘Cándido’ de Voltaire y su famosa conclusión después de dar vueltas al mundo: «Il faut cultiver notre jardin».

Es un libro que me ha impresionado por su rareza y que nos obliga e interpela a preguntarnos nuestra propia relación con el mundo, con los ciclos, procesos y leyes de la naturaleza. Les recomiendo que lo lean pues creo que les gustará.

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