El ‘Open Arms’, una nueva odisea

Inmigrantes a bordo del 'Open Arms'.
Inmigrantes a bordo del 'Open Arms'.
Francisco Gentico / Efe

Cargado de emociones y de sentimientos humanitarios, con sombras de sospechas contradictorias, el caso del ‘Open Arms’, al igual que otros parecidos, se presta a numerosas interpretaciones y tomas de posición. Desde la condena a conductas reprobables e inadmisibles, llenas de exabruptos impropios de todo un ministro, por lo que entrañan de inhumanidad, como las que despliega ese impresentable Salvini, que desafía a su propio Gobierno y a la Justicia italiana, hasta la duda de si la presunta filantropía de algunas ONG sirve realmente con eficacia y honestidad al problema de la inmigración o es un incentivo más para un posible efecto llamada y para el repugnante negocio de ciertas mafias, con las que parece ser imposible acabar; pasando por la cobarde, ausente y cínica postura europea: todo un continente tendido al sol en las mismas playas a donde llegan a diario esos cadáveres de niños y mujeres, sobre todo, víctimas de la miseria, de la guerra y del hambre que asola a países fallidos y que ven en la ¿noble? Europa el símbolo de la acogida y de la oportunidad de mejorar la propia vida y la de los tuyos.

Yacen miles de muertos en ese mar Mediterráneo, tan europeo, el mar de Ulises y del mito de Ítaca, junto a las viejas ánforas romanas y a los pecios de naves trirremes naufragadas, mientras millones de desheredados de la fortuna siguen y seguirán llamando a las puertas de una Europa que les niega el pan y la sal. Parece mentira que la civilización de la cultura refinada, del pensamiento humanista y cristiano, de la ciencia y los avances tecnológicos, de la libertad y del confort no sea capaz, ni como sociedad ni como su colegio de dirigentes, de dar una solución ambiciosa, conjunta, coherente y respetuosa para que esta tragedia acabe; acaben las mafias, los traficantes, los gobernantes pusilánimes, los oportunistas, la sucia politización de una tragedia humana. 

Ahí están, en barcos a la deriva o varados a pocos metros de las costas, esos cientos de inmigrantes de los que ahora tenemos noticia, vagando hacinados y en condiciones indignas sin encontrar el más mínimo calor humano; y eso es lo importante de verdad: dar ya una salida a su terrible drama vital.

Pero ahí están también otros intereses, dudas, sospechas, reproches mutuos, cruces de graves acusaciones que hacen pensar en qué puede haber detrás de todas estas odiseas. Véase por donde se vea, una vergüenza mayúscula que los europeos no deberíamos tolerar ni un minuto más.

La inmigración es y va a ser uno de los más graves problemas con los que se va a enfrentar Europa en las próximas décadas. Y el pronóstico no es halagüeño: o Europa se prepara, se organiza, se plantea el asunto como un tema urgente y prioritario, colaborando generosa y eficazmente con las zonas de las que procede la inmigración o se verá arrollada irremisiblemente con consecuencias imprevisibles. Esa será otra odisea. Nuestra odisea.

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