Nuestros veranos sedimentan el paso de los años.
Nuestros veranos sedimentan el paso de los años.
HERALDO

Hace un par de días llegó al buzón de mi correo electrónico un mensaje publicitario tipo ‘spam’. Es decir, no solicitado ni deseado y sin pedir permiso. Este vocablo se usa para nombrar esta parte de la ‘basura digital’. Es de origen norteamericano, acuñado en los años treinta del siglo XX; resultado de la contracción de ‘spiced ham’, popularizado posteriormente con los Monty Python y extendido con la expansión de Internet. Así, pese a la legislación, las ‘protecciones’ informáticas y los filtros en el servidor, estos correos entran por no se sabe qué vericuetos e irrumpen en la pantalla del computador. La mayor parte de las ocasiones, como cualquiera sabe y hace, se borran sin entrar a leer ni una línea. En esta ocasión, la combinación de calor, tedio veraniego y el título del mensaje me hicieron picar: "Si tiene más de 55 años, lea este mensaje". 

Y nada más pinchar el encabezamiento daba paso a un anzuelo mejor: "Si ya ha cumplido 55 años, o si está a punto de cumplirlos, usted se encuentra en ese momento de la vida a partir del cual los factores de riesgo de enfermedad se disparan de forma vertiginosa". Dada mi edad, era un cebo perfecto que me hizo llegar al final del texto. Su objetivo aparente es vender un libro donde se encuentran las soluciones a todos los males que vienen a partir de esa señalada fatídica edad. Tras la retahíla de probables enfermedades y cambios corporales, aportaba una clave que me sigue haciendo pensar: "Usted tiene dos opciones: resignarse a contemplar el paso del tiempo desde su sillón o actuar ya y comenzar a luchar contra el envejecimiento". 

Este dilema me ha hecho caer en la cuenta del paso del tiempo. La puerta de la tercera edad y de la jubilación se acercan en mi horizonte. Y en ese panorama, más que las primaveras, son los veranos los que se acumulan como sedimentación del paso de los años. Años que no perdonan, porque el propio cuerpo deja de ser lo que era. Uno puede engañarse con la fantasía de Peter Pan y negarse a aceptar que cada verano que pasa se da una vuelta de tuerca; pero las cosas ya no son azules, ni los caballitos de las ferias, ni los autos de choque tienen el mismo encanto. Tampoco sirve instalarse en la ‘adultescencia’, aspirando a que las ansias juveniles sigan flameantes y permitan vivir las fiestas, las verbenas y el amanecer como si fueran eternos. Y lo que es más evidente, los hijos que hasta hace nada iban de la mano, vuelan solos y reclaman su propia libertad. 

Las vacaciones de verano marcan el cambio. Las rutinas son distintas al resto del curso. La dinámica de la vida va trayendo transformaciones propias de cada etapa y otras inesperadas. Los contratiempos de cada edad tienen su batalla que lidiar. Y en cada una de esas, se constata que los cambios, como los veranos, van asociados al hecho de vivir y, por tanto, de envejecer. Lo cual es una suerte, pues mucho peor es no poder contarlo.

Nuestros mayores son mayoría, muchos más que en décadas y con la esperanza de vida más alta que nunca. A nuestra generación se nos pronostica todavía mayor recorrido. La cuestión es cómo será, cómo adaptarse a los cambios, que son tanto sociales como corporales. Ahí, en esa dinámica es una ficción que se pueda luchar contra el tiempo y es parte del gran timo de la eterna juventud. Porque Chronos siempre vence, al igual que las horas del reloj, ‘omnes feriunt, ultima necat’, todas hieren, la última mata. Y en esta sociedad de consumo, hipertecnológica, digitalizada y globalmente acelerada, donde las debilidades se esconden, se rechazan, se estigmatizan… quizá la constatación del tiempo sea la clave para modificar hábitos. No tanto porque el cambio climático se haya convertido en un asunto palpable, o las campañas del buenismo oficial nos lleven a rechazar los plásticos, comer menos carne o hacer el pino mientras consulto el último guasap. La cuestión está en el sabor del verano y del atardecer. Ahí, en ese instante es cuando la lechuza de Hegel remontaba el vuelo. Aquí y ahora, es el momento de pensar. Algo que es intransferible, porque no hacerlo es anticipar más rápido el final, como dice mi madre, "corre, corre, que ya pararás".

Chaime Marcuello Servós es profesor de la Universidad de Zaragoza

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