Expectativas

Los fracasos reiterados nos pueden hundir en un pozo.
Los fracasos reiterados nos pueden hundir en un pozo.
POL

Una buena parte de los conflictos cotidianos tiene que ver con la colisión de expectativas individuales. Cada quien lleva su plan, con su dosis de ego asociada y más o menos grado de consciencia. Así, al tropezar con un contratiempo, bien sea provocado por uno mismo bien por alguien o algo externo, ¡zas!, se rompe el jarrón. Y entonces vienen los problemas. Se tiene que decidir cómo seguir y qué hacer. En función del carácter y la experiencia acumulada, las salidas y la capacidad de reacción variarán. En un extremo, la conmoción paralizante. En otro, la habilidad para dar un capotazo y preparar el siguiente lance. Pero esto no se distribuye de manera continua en la vida. Hay saltos y formas dispares de reaccionar. 

Las circunstancias, el contexto y las personas afectan de manera directa a nuestras respuestas. No es lo mismo la cornada en la plaza que en la cocina de casa, aunque las dos duelan en lo más hondo e íntimo. La exposición pública es un catalizador de emociones imprevisible. Y la república independiente de la vida privada, también.

Se suele pensar que quienes han sufrido un disgusto y han sido capaces de levantarse después de que les pasara el tren por encima tienen más probabilidades de contar con una abanico de recursos para superar mejor la frustración. Pero no es necesariamente así. Como dice un colega: cuantos más fracasos, más opciones de hundirse infinitamente para no volverse a levantar. Lo llama la teoría del clavo: "Cada martillazo que se recibe, más adentro hinca el golpe" y, por tanto, más difícil es de sacar. No le sirve aquello que dijo Cicerón: "Novo amore, veteram amorem, tamquam clavo clavum, eficiendum putant" (el nuevo amor saca al viejo amor, como un clavo a otro). En cualquier caso, ante un contratiempo, lo más común es tener un brote de rabia. A nadie le gusta que las cosas sucedan de modo distinto a como esperaba. Ni a nadie le gusta que se rompan las cosas o no se cumplan los planes. 

Cuanto más perfeccionismo, más dolorosas se viven las imperfecciones. Si alguien aspiraba a conquistar la cumbre y se queda a medio camino, sufrirá mucho si no acepta la limitación. Casi tanto como quien ni siquiera es capaz de dar el primer paso por temor a fallar. En ambas situaciones, lo tienen más complicado que quien acepta los fracasos con deportividad. Pero esa deportividad no tiene que ser resultado de un simulacro de aceptación. No es conveniente engañarse, como quienes construyen su propia explicación para no reconocer las dificultades. Esto Esopo lo explicó con su fábula ‘La zorra y los racimos de uvas’, algo que ya he repetido más de una vez. Presentó sencilla y claramente lo que después se ha usado como descripción del mecanismo de defensa de racionalización añadiendo una sabia moraleja: "Nunca traslades la culpa a los demás de lo que no eres capaz de alcanzar". Ante la frustración y los contratiempos lo peor es engañarse. Lo peor es construir un relato que bajo capa de argumentación bien fundamentada esconde lo que ha sucedido. Mirarse al espejo no es fácil. Y menos cuando se ve uno mismo reflejado tal como es.

La tolerancia a la frustración se entrena. Pero, por mucho que se trabaje, siempre resulta difícil de digerir. Ni los masoquistas quieren ver truncadas sus expectativas. Ni a usted ni a mí ni a nuestros amigos y enemigos agrada que las cosas vengan torcidas. Tampoco a las bestias les gusta que les ‘tuerzan el morro’. Y en ese arte de ‘torcer’ radica tanto la sabiduría de adaptación como la de domesticación del entorno. Gracián decía que se trata de "hallarle su torcedor a cada uno". Y lo explicaba diciendo que "es el arte de mover voluntades; más consiste en destreza que en resolución: un saber por dónde se le ha de entrar a cada uno. No hay voluntad sin especial afición, y diferentes según la variedad de los gustos. Todos son idólatras: unos de la estimación, otros del interés y los más del deleite. La maña está en conocer estos ídolos para el motivar, conociéndole a cada uno su eficaz impulso: es como tener la llave del querer ajeno". Algo de donde aprender.

Chaime Marcuello Servós es profesor de la Universidad de Zaragoza

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