La postura de Ciudadanos y de Podemos evidencia que la irrupción de ambos en la política española no ha servido para abrir una vía de transversalidad y centralidad que rompiera el reparto bipartidista y la hegemonía de PSOE y PP que había enquistado la política española. Es una decepción que se acrecienta aún más ante la falta de sentido de Estado de los que fueron partidos emergentes y que ahora sufren una decadencia tan acusada como la que tienen las dos grandes formaciones.

La escasa cintura política y capacidad de negociación de los de Rivera e Iglesias dibujan un escenario de bipolarización entre dos bloques ideológicos irreconciliables que está más cerca de las configuraciones de principios del siglo pasado que de una proyección de futuro con una transformación profunda de conceptos y de modelos de partido y gobiernos.

Está también claro que tanto España como Aragón necesitan desbloquear las investiduras para reactivar la economía y evitar males mayores que como siempre recaerán en los sectores más débiles de la sociedad. En este sentido, hasta el PP debe plantearse, para ser coherente con lo que dijo en 2016, negociar la abstención. Repetir las elecciones demostraría el fracaso de la política y de aquellos que dicen que llegaron para cambiarla.