Por
  • Pedro Rújula

Mutis

maniobras militares. Rey Don Juan Carlos. foto Pedro Etura / A PHoto Agency
El Rey emérito junto a su hija, la infanta Elena
   

El pasado lunes el Rey emérito comunicó a su hijo que deseaba retirarse por completo de la vida pública. Lo hizo como se supone que deben hacerlo los reyes, mediante una carta, no sé si manuscrita o ya se emplea ordenador en palacio. La misiva, ofrecida por La Zarzuela a los medios a través de un comunicado, tiene esa mezcla de público y privado que tan bien saben combinar las monarquías. Así los súbditos tenemos la vívida impresión de estar asistiendo en primera fila a la representación del poder. Al enterarme me ha dado por pensar en el destino de los reyes cuando abandonan el trono sin que sea la muerte la que decida por ellos el momento y el lugar. En concreto, me he acordado de Carlos IV, que tras las abdicaciones de Bayona ya nunca regresaría a España. Después de haber residido en Compiègne, Niza, Marsella y Roma, se extinguió en Nápoles, durante un viaje para visitar a su hermano el rey de Dos Sicilias, en 1819, lejos de los suyos y sin que casi nadie se acordara de él.

Sobre el horizonte de la institución monárquica en España trata el último libro del historiador Jordi Canal, ‘La monarquía en el siglo XXI’. Comienza con la abdicación del rey Juan Carlos I en junio de 2014 y se pregunta sobre las posibilidades que ese momento abrió a Felipe VI para reconstruir el pacto de la monarquía con los ciudadanos y conseguir consolidar la institución sobre nuevas bases. El libro, ágil, riguroso y muy bien escrito, no ha disuelto todas mis dudas sobre adónde van los reyes cuando deciden retirarse de la vida pública.

Pedro Rújula es profesor de Historia Contemporánea (Unizar)

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