Adjunto a la Dirección de HERALDO DE ARAGÓN

Trump y el desorden mundial

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump.
Efe

El siglo XXI reclama un nuevo orden internacional. Y uno de sus ejes de articulación será internet, máximo exponente de la globalización económica y política. Es lo que enmarca el veto a Huawei en la guerra por la hegemonía tecnológica.

El escenario internacional vive una fase de redefinición. El guion de las últimas décadas se ha quedado obsoleto y se busca uno nuevo. Además, también están cambiando los protagonistas y los actores secundarios. No es algo nuevo. Ocurre cíclicamente cuando se cierra una etapa histórica (con un acontecimiento de gran repercusión) y se abre una nueva. Así ha sucedido en otros cinco momentos clave de los dos últimos siglos. Primero, en el Congreso de Viena (1815) tras la derrota de Napoleón en sus aventuras militares por Europa. Segundo, en la Conferencia de Berlín (1885), en la que las potencias europeas se repartieron el botín colonial de África. Tercero, en el Tratado de Versalles (1919) después de la Primera Guerra Mundial. Cuarto, en la Conferencia de Yalta (1945) tras la Segunda. Y quinto, tras la desaparición de la URSS (1991) y todo el bloque comunista.

Con el final de la Guerra Fría, cuando cayó el Muro de Berlín en 1989, el mundo dejó de ser bipolar y Estados Unidos intentó la unipolaridad. Transcurridas tres aceleradas décadas, está claro que no lo ha conseguido. Sin embargo, tampoco la multipolaridad acaba de nacer. Desde la crisis financiera de 2008 (el último terremoto geopolítico de alcance global), se está produciendo un lento reequilibrio mundial de poderes con una superpotencia en decadencia (Estados Unidos), una Europa debilitada y con signos de fragmentación, y varias potencias regionales dispuestas a imponer sus relatos alternativos, como China, Rusia y la India.

Tras una presidencia, la de Barack Obama, en la que intensificó el ‘poder blando’ (Joseph Nye) de EE. UU., Washington ejerce hoy una hegemonía negativa: impide la multipolaridad, porque su fuerza económica y militar es superior a la de todas las demás potencias, pero su incapacidad de estructurar el planeta de acuerdo con un orden reconocible produce un estancamiento.

La política exterior de Estados Unidos se ha movido tradicionalmente como un péndulo entre dos grandes corrientes: la pragmática y la idealista. Se observa nítidamente con los últimos inquilinos de la Casa Blanca. Bush fue un presidente intervencionista, de ‘poder duro’. A cambio, Obama fue un idealista que retiró las tropas de Iraq y Afganistán y apostó por la globalización. Ahora, en un nuevo movimiento pendular, Trump se envuelve en las banderas del proteccionismo y del ultranacionalismo porque es un unilateralista extremo que está convencido de que otros gobiernos invocan los valores comunes para aprovecharse de los contribuyentes estadounidenses. Abraza así el pragmatismo que lord Palmerston ilustró con una célebre sentencia: No hay amigos permanentes, solo hay intereses permanentes.

La política exterior del ‘America First’ (América Primero) avanza por la antigua senda del aislacionismo con gestos inamistosos como retirarse de tratados, menospreciar a los aliados, comenzar guerras comerciales e ignorar el derecho internacional al trasladar su embajada a Jerusalén o reconocer la soberanía israelí sobre los Altos del Golán. Afianza así poco a poco su pérdida de relevancia. Desde 1945, Estados Unidos ha sido el gran factótum y ha liderado la creación de un sistema internacional en torno a organizaciones como la ONU, la OTAN, el FMI, el Banco Mundial y el GATT-OMC. Ha sido la era de la ‘Pax Americana’. Pero está terminando porque China, Rusia y otras potencias cada vez son más influyentes en la economía y en la seguridad mundial. Reivindican una posición independiente mientras Trump el ‘aislacionista’ quiere acabar con la vieja tutela estadounidense.

¿Y cuál será el papel de Europa en el nuevo orden? No tiene muchas alternativas: tiene que optar entre quedar relegada como socio menor de Washington, en una nueva bipolaridad EE. UU.-China, o intentar ser una potencia autónoma en un mundo multipolar.

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