Presa de Val.
Presa de Val.
Nora Bermejo

La primera vez que fui a Madrid era solo una niña. Llegué a la capital para manifestarme contra el Plan Hidrológico Nacional a bordo de un autobús fletado desde Zaragoza para la ocasión. Mi padre planeó aquel viaje con el mismo entusiasmo que unas vacaciones, así que comprendí que aquello era importante. Emilio Gastón pronunció uno de sus poéticos manifiestos y La Ronda de Boltaña sonó en la autopista desde un radiocasete. Aprendí a localizar Yesa y Jánovas en el mapa. Veníamos de Los Fayos, donde se construyó el primer embalse del Pacto del Agua de 1992. En mi casa se luchó durante años por una serie de convenios a tres bandas (Ayuntamiento, Confederación Hidrográfica del Ebro y DGA) que siguen sin acabar de cumplirse. Más allá de la terrorífica mole de hormigón que acecha el núcleo urbano, con su tremendo impacto medioambiental, el riesgo de inundación es evidente, aunque en su día (hasta hoy; qué hipocresía) se apuntara a la contención de las riadas del Queiles como razón de ser. No hay visos de que se lleve a cabo la urbanización prometida que asegure el futuro del pueblo, con su crecimiento económico y urbanístico, y ofrezca seguridad a quienes se sientan amenazados por la presa. Ahora, el vertido de sustancias aguas arriba está contaminando el embalse y su entorno. Tal vez el dinero que debiera emplearse en terminar de ejecutar las compensaciones que le fueron prometidas al pueblo de Los Fayos, para colmo, haya que gastarlo en limpiar el embalse que nunca debió existir.

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