Se vuelven las tornas

El líder de Ciudadanos, Albert Rivera, celebra los resultados electorales de la formación naranja.
El líder de Ciudadanos, Albert Rivera, celebra los resultados electorales de la formación naranja.
Efe/Chema Moya

Ayer se volvieron las tornas. En las elecciones de 2015 y de 2016 el PSOE sufrió una debacle, perdiendo veinticinco diputados mientras veía amenazada su larga hegemonía como principal fuerza de la izquierda española. Y esta vez le ha tocado al PP, que acaba de recibir en las urnas un varapalo histórico, dejándose más de la mitad de sus diputados y viendo a su vez en peligro su también longeva posición dominante en el lado derecho del espectro político.

El Partido Socialista resucita. Queda muy lejos, desde luego, de los resultados a los que estaba habituado antes de que la crisis económica precipitase la abolición del bipartidismo, pero vuelve a ser el partido más votado y el fantasma del sorpaso podemita se aleja. Tanto es así que hemos visto en la campaña cómo Pablo Iglesias reconocía sin ambages que ahora solo aspira a ser la muleta de los socialistas, el socio júnior en un hipotético gobierno de coalición, una posición que no parece que permita asaltar el cielo.

Casado e Iglesias tuvieron ayer su noche triste, mientras que Sánchez paladeó el triunfo. Sus diez meses de gobierno han podido ser estériles para el país, pero a él y a su partido el postureo les ha resultado rentable. Y, sin duda, refuerza y consolida la posición del secretario general al frente del partido, a pesar de que hasta hace nada su figura era todavía discutida. Sánchez llevó al PSOE al abismo en 2015, pero ahora ha conseguido reflotarlo y aparece como casi seguro presidente del Gobierno. No habrá quien le tosa.

Éxito también para Abascal, que entra con fuerza en el Congreso, aunque Vox se haya quedado en la parte baja de la horquilla que le marcaban los sondeos. Y alegría asimismo, aunque quizás solo moderada, para Rivera, que ve crecer notablemente sus escaños, aunque sin superar al PP. No obstante, en número y porcentaje de votos Ciudadanos se ha quedado pisándoles los talones a los populares.

Pero después de las elecciones llega la hora de los pactos, si es que llega a haberlos, que ya veremos. Las negociaciones, en esta situación parlamentaria tan fragmentada a la que entre todos hemos dado lugar con nuestro voto, se constituyen en una especie de ‘segunda vuelta’, en la que se va a decidir, sin que ya los electores tengamos intervención ninguna, lo fundamental: qué gobierno se forma, con qué mimbres y con qué intenciones.

No hay que descartar la posibilidad de que Sánchez intente gobernar en solitario. Lo dio a entender en los debates, al señalar que su objetivo es formar un gobierno con socialistas e independientes. Si ha gobernado diez meses con solo 85 diputados, ahora que cuenta con más de 120 es posible que piense que puede hacer milagros, pactando con unos o con otros en cada momento según le convenga. Pero no le será fácil conseguir la investidura en esos términos.

En España no existe entre los dirigentes políticos la costumbre, habitual en otros países de Europa, de negociar y formar gobiernos de coalición. Todos los ejecutivos, en el nivel nacional, han sido hasta ahora monocolores. Sánchez tiene en esta ocasión la posibilidad de inaugurar la etapa de las coaliciones. Y, además, puede elegir intentarlo por la izquierda, aceptando el ofrecimiento que le hizo Iglesias, o por la derecha, buscando un acuerdo con Rivera que, a priori, parece imposible teniendo en cuenta el veto que el líder del partido naranja marcó al comienzo de la campaña.

La realidad de la aritmética parlamentaria puede obligar a Ciudadanos a cambiar de táctica. Los socialistas y los naranjas sumarían mayoría absoluta en el Congreso con holgura. Y el hecho de que sus propuestas y sensibilidades parezcan muy distanciadas no debería ser un obstáculo insalvable. Lo que necesita España son acuerdos entre diferentes, una transversalidad que salte la divisoria entre la izquierda y la derecha. Ahí Rivera y Sánchez deberían ver que tienen una seria responsabilidad para sacar a España del marasmo en el que ha estado atascada durante tres años y emprender reformas que, precisamente por ser negociadas entre quienes piensan de distinta manera, puedan ser aceptadas por la mayoría de la sociedad.

Existe también el peligro, sin duda, de que continúe la situación de bloqueo político. No debería ser así, hay opciones razonables para desatascar la situación política y los dirigentes deben explorarlas con espíritu constructivo. De ellos dependerá que España cuente al fin con un gobierno que pueda gobernar y que lo haga pensando en todos los españoles. Ojalá.

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