Director de HERALDO DE ARAGÓN

Teruel y su equilibrio

Acceso principal del hospital general Obispo Polanco de la capital turolense.
Acceso principal del hospital general Obispo Polanco de la capital turolense.
Antonio García/Bykofoto

Uno de los atractivos que desprende la ciencia económica, según el exconsejero de Economía Francisco Bono –quien está a punto de presentar su libro ‘El discreto encanto de la economía aragonesa (1982-2017)’–, reside en la búsqueda del punto de equilibrio. «Ni lo mucho ni lo poco», sentencia. Todo un aforismo que ilustra a la perfección el desgaste que implica el esfuerzo empeñado en recuperar o mantener ese punto ideal donde se alcanza la estabilidad. Conocido por los anglosajones como ‘break even’, este instante también marca el momento preciso en el que una empresa se encuentra en disposición de emprender la carrera por la rentabilidad. Una línea de salida de garantías básicas e irrenunciables desde la que comenzar a crecer.

El punto de equilibrio no solo cuenta con su reflejo en la economía. También en la política o, sin ir más lejos, en la prestación de los servicios públicos existe una adaptación y un deseo permanente por garantizar una justa igualdad de oportunidades. Interpretar como un hecho normal que el hospital Obispo Polanco de Teruel, que atiende a una población de 90.000 personas, carezca de los servicios de Otorrinolaringología y Reumatología, no solo rompe el principio de equilibrio sino que relega a toda una provincia a una situación de abandono. Podría parecer una cuestión asistencial menor, ya que el Gobierno de Aragón garantiza que los casos más urgentes puedan ser derivados a Zaragoza, pero el cierre de estas dos especialidades descubre, además de una severa falta de previsión, una de las muchas razones por las que Teruel pierde población y gana en desánimo. El Ejecutivo regional haría bien en reflexionar, pese a las muchas dificultades esgrimidas, el contradictorio mensaje político que lanza cuando no es capaz de ofrecer una prestación hospitalaria básica en convivencia con sus medidas contra la despoblación.

El frágil equilibrio que soporta Teruel es propio y no es trasladable a ninguna otra provincia. A los evidentes problemas presupuestarios, resultado de un pésimo modelo de financiación autonómica, se añade una elevada y lógica sensibilidad ante cualquier factor de inestabilidad que fractura el ‘statu quo’ con suma rapidez. La provincia está amarrada con hilvanes y si las dificultades que se presentan son, además, inabarcables, es prácticamente imposible descubrir un futuro compartido.

Las decisiones de la matriz italiana de Endesa (Enel), adoptadas a cientos de kilómetros de Andorra y amparadas por los grandes acuerdos medioambientales internacionales y por las políticas del Ministerio de Transición Ecológica, han sido un mazazo de consecuencias durísimas que solo tiene a la eléctrica como principal beneficiada. El cierre de la térmica, fijado para 2020 por un criterio burócrata y ajeno a la realidad de las comarcas mineras, solo servirá para acelerar un proceso de desertización demográfica que aún, y pese al trabajo desplegado por el Gobierno de Aragón, no ha encontrado un rápido recambio industrial. Resulta imprescindible, tal y como el pasado jueves señalaron en las Cortes de Aragón un destacado grupo de expertos, una transición «con sentido», alejada de brusquedades.Sin noticia alguna del plan que anunció la ministra Teresa Ribera para las comarcas mineras, un proyecto que eludió concretar, y sin que el presidente Sánchez ofreciese ayer en Zaragoza más detalles sobre la «transición justa» ni sobre la supresión de los trenes ‘tamagotchi’, Teruel se enfrenta a un complicado recorrido presente y futuro que amenaza con romper definitivamente su frágil punto de equilibrio.