Por
  • Enrique Abenia

'Sangre en los labios': amor y músculos de culto

Katy O'Brian y Kristen Stewvart, en 'Sangre en los labios'
Katy O'Brian y Kristen Stewvart, en 'Sangre en los labios'
Heraldo.es

La directora Rose Glass debutó con la llamativa y meritoria ‘Saint Maud’ (2019), la cual describía una religiosidad y un concepto de salvación deformados de manera aterradora por el efecto del trastorno. Aquel trabajo exhibía ante todo personalidad, como la que Glass manifiesta con mayor contundencia en ‘Sangre en los labios’, al igual que la anterior una película con el inconfundible sello de la compañía cinematográfica A24. 

Esta historia de amor entre Kristen Stewart y una sorprendente y musculada Katy O’Brian atrae por su tratamiento del siempre singular factor del culturismo, por su retrato de la América degradada y sin expectativas de finales de los 80 y por la capacidad de la autora para llevar a su terreno elementos reconocibles. La relación que surge, los problemas que arrastran las protagonistas, lo que asoma acerca de la huida y las complicaciones por las que el drama evoluciona hacia el ‘thriller’ evocan un tipo de relato aquí revestido de la seductora carga que desprenden los títulos de culto.

'Sangre en los labios' ***
Dirección:Rose Glass.
Guión:Rose Glass y Weronika Tofilska.
Intérpretes:Kristen Stewart, Katy O'Brian, Ana Baryshnikov, Jena Malone, Dave Franco y Ed Harris.

El filme despliega, según el momento, sensualidad, conexión emocional, carácter envolvente, fuerza visual, tensión y rasgos enfocados a resultar chocantes. Estos últimos se deben a los secundarios grimosos, a la plasmación de la violencia y, muy especialmente, a esas imágenes de los músculos hinchándose por la acción de los esteroides. Constituyen pequeñas digresiones emparentadas con el fantástico y anticipan la intención de Glass de jugar con lo alucinado y lo inenarrable, vía que depara dos escenas cumbre. Una trae viscosidad y la segunda define el clímax. La ‘normalidad’ expuesta después de este conlleva una sugestiva ambigüedad aunque se detecte el propósito de la salida de tono. El epílogo, una ocurrencia de autor con su dosis de negrura, refrenda la sugerencia de una obra de la que también hay que destacar lo que canaliza Ed Harris, estupendo en su desagradable y perturbador rol.

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