FOTOGRAFÍA. ATRES & LETRAS

El coqueto y burgués paseo de Ruiseñores, en Zaragoza, con sus chalecitos desaparecidos / 3

La colección de Fotos Antiguas de Zaragoza: los edificios evocadores de Villa Alta, Villa los Ángeles y Villa Rosita, que construyó Santiago Cantí / 3

Federico de Castro posa en el paseo de Ruiseñores junto a los hotelitos que construyó Santiago Cantí en 1905.
Federico de Castro posa en el paseo de Ruiseñores junto a los hotelitos que construyó Santiago Cantí en 1905.
Juan Chicoy Arreceigor. 1913. Colección Ricardo Sanz Cortiella.

ZARAGOZA. El viejo camino de Ruiseñores, moteado por pequeñas naves industriales como pinceladas impresionistas, compartió espacio con fincas como la de Blánquez, llamada de Torrero, en la década de los cincuenta del siglo XIX, en el 355 esquina con Ruiseñores rebosante de olmos, álamos y fresnos, también de nogales, robles y acacias que se encontraban a la venta hermoseando las quintas de la burguesía más pudiente de la ciudad. En décadas posteriores, el camino se convirtió en paseo por deseo expreso de los acaudalados propietarios de aquellas torres que llegaron huyendo de la asfixia provocada por el crecimiento demográfico, abrazándose a lugares más higiénicos, donde todo el buen gusto que el dinero podía comprar se hizo luz.

Costó transformar aquellos terrenos que albergaron desde los sesenta al molino harinero de Baselga y los cuñados Narciso Palomar y Mariano Mendívil, más tarde solo de Mendívil. En 1890 pasaría a Jaime Valls y Garmendia, y finalmente desde 1901, recabaría en Monares y Clemente la conocida como fábrica de harinas La Imperial, hasta que en 1930 se hicieron cargo de la propiedad Rubio y Margalejo.

En la década de los setenta del siglo XIX se asienta una vaquería en el 349 del paseo, famosa por el buen estiércol que dispensaba frente a la fábrica de Almech, La Pilar, luego transformada como La Tudor desde 1897 o la factoría de sedas cercana a la harinera mencionada a la salida de Ruiseñores. Existió en la década de los ochenta, una empresa de cerillas además de la torre de Marraco, lugar en el que se podía adquirir uva para colgar.

Tampoco contaba con iluminación lo que provocaba innumerables quejas que eran contestadas desde la prensa como una afrenta hacia el resto de vecinos de Torrero, que siendo más numerosos, tampoco recibían esta mejora de progreso.

Como es natural, y a la vista de tanta actividad industrial y arbórea, el creciente paseo no podía ni debía vivir a espaldas del Canal Imperial de Aragón, quien le surtía del agua, preciado elemento con el que producir la energía suficiente para las industrias, con el ramal de las Abdulas creando a su paso riqueza y vida.

En aquel tiempo, el ya paseo de carruajes contaba con una valla de bojes y una cuneta para evitar accidentes indeseados, debemos de pensar que el tranvía tirado por mulas subía hasta Torrero dese 1886 por el paseo de Sagasta, no haciendo desvío por Ruiseñores aunque aquellos propietarios no se cansaron de pedirlo durante décadas. Tampoco contaba con iluminación lo que provocaba innumerables quejas que eran contestadas desde la prensa como una afrenta hacia el resto de vecinos de Torrero, que siendo más numerosos, tampoco recibían esta mejora de progreso.

Desde el último tercio del siglo XIX, propietarios como Ramón López del Rey, Tomás Iguacel o el arquitecto Félix Navarro, se hicieron construir hotelitos singulares que les ayudaran a desconectar de la implacable urbe, de ese modo, eligieron el paseo de los Ruiseñores para ello. No podía ser menos Santiago Cantí, diputado, senador y propietario de la fábrica de papel La Zaragozana, entre otros negocios, quien desde 1898 poseía una de esas coquetas edificaciones que lindaba con los depósitos de agua de Pignatelli hasta las inmediaciones de la actual calle de Maestro Estremiana, lugar donde celebraba fiestas interminables para sus amigos durante la festividad de San Pedro. Seria él quien alzara para su beneficio los seis chaletitos correspondientes con las letras A, B, C, D, E y F, inaugurados en 1905 bajo proyecto de Isasi de Isasmendi, en una finca con una superficie total de tres mil ochocientos ochenta y un metros y quince decímetros cuadrados, que aparecen en parte, en ambas fotografías. Se ofrecían a la venta al módico precio de 25.000 pesetas cada uno o bien por un alquiler de 1.250 pesetas anuales.

Villa Alta, Villa Los Ángeles y Villa Rosita. Tras ellos, los depósitos de agua de Pignatelli.
Villa Alta, Villa Los Ángeles y Villa Rosita. Tras ellos, los depósitos de agua de Pignatelli.
Fotografía tomada por soldados de la Legión Cóndor, ca. 1938. Col. Manuel Ordóñez

El negocio se truncó el 23 de marzo de 1909 cuando falleció repentinamente Cantí pillando desprevenida a su esposa, Magdalena Sagristán Marraco, que si bien era una rica heredera antes de casarse, al parecer no pudo o no supo gestionar todos sus bienes. En 1911 los coquetos hotelitos de 16 habitaciones, jardín, lavadero y las más modernas comodidades le fueron embargados por el Banco Hipotecario de España siendo adquiridos posteriormente por relevantes personalidades del mundo de la política, la cultura y el comercio de esta ciudad.

Los elegidos fueron Lucas Abós, la Sra. Viuda de Collado (después la adquiriría Manuel Arribas), Emilio Ostalé (Villa Alta), Ángel Abós (Villa Los Ángeles), Raimundo Balet (Villa Rosita, en honor a su esposa Rosa Salesa), y Sebastián Rodríguez. Hoy por desgracia desaparecidas, salvo Villa Alta, derribada y vuelta a levantar por orden judicial y Villa Los Ángeles, posterior colegio particular llamado Centro de Estudios Generales (CEG) cuyo director fue D. Javier de Pedro, padre del pintor Xavier de Pedro, y más tarde, colegio Santo Tomás de Aquino a manos de la familia Labordeta. Hoy es un bloque de viviendas completamente transformado.

Fue este agradable paseo un lugar de ocasiones perdidas, también de progreso y modernidades mal entendidas. Tal vez nuestros nietos sepan juzgarlo de otra manera dentro de otros cien años, aunque seguramente, nosotros no habremos hecho nada para remediarlo.

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