'Ferrari': Detrás del ‘cavallino rampante’
De un gran director se desean películas por encima de la media, que aporten. ‘Collateral’, ‘El último mohicano’ y, en especial, ‘El dilema’ y ‘Heat’ recuerdan que Michael Mann siempre pertenecerá a ese escalafón. Vinculado en la actualidad a la serie ‘Tokyo Vice’, sus trabajos cinematográficos se han ido espaciando (firmó la más que reivindicable ‘Blackhat’ hace casi una década, y ‘Enemigos públicos’ en 2009) mientras se aguarda que, a sus 81 años, concrete y ruede ‘Heat 2’. Antes de ello se encargó de ‘Ferrari’, historia en torno a Enzo Ferrari, el ingeniero y empresario detrás de la mítica marca de coches y escudería. Apoyado en el libro de Brock Yates, el cineasta acota el retrato a 1957 y habla de la importancia que otorgaba a las carreras, de su rivalidad con Maserati y de las relaciones con Laura, su esposa y socia, y Lina, la mujer a la que amaba. Mann articula una obra interesante en la que no obstante se echa en falta que entre su solidez narrativa y las destacadas actuaciones aparezca algo que de verdad apasione.
Adam Driver, hábil para transmitir desde lo parco, encarna a un personaje serio, con presencia, volcado en sus retos y que lleva por dentro las dificultades y el dolor por la muerte de su hijo, pérdida que abrió un socavón en su matrimonio. Aunque en el fondo supone una nueva vuelta a su perfil dramático característico, Penélope Cruz llena la imagen en el rol de mujer rota e igualmente llena de fortaleza. Su actitud posee dimensión y trasciende el simple despecho, hecho ratificado en una conversación final llena de resonancias. El papel de Shailene Woodley también va más allá del de la típica amante y sobre todo busca lo mejor para su hijo.
En el tramo clave, Mann muestra con dominio y ecos clásicos el desarrollo de la Mille Miglia que necesitaba ganar Ferrari, prueba que se tornó trágica por el accidente del piloto español Alfonso de Portago, plasmado con cruda sequedad.