Las arañas generan una fuerte aprensión y activan miedos profundos. ‘Vermin. La plaga’ espolea esa sensación apoyándose en tres sugerentes bazas a ojos del amante del terror y el fantástico, la de la propagación con monstruosa rapidez, la de los ataques violentos y la del desarrollo de la historia en un espacio cerrado donde los personajes quedan atrapados. Este último elemento se reviste de la entidad descriptiva que aporta el hecho de que acontezca en un enorme edificio de los suburbios, planteamiento que hace pensar en la también francesa ‘La horda’ (los zombis constituían la amenaza) y en la británica ‘Attack the block’ (con alienígenas). El director debutante Sébastien Vanicek dota de energía y habilidad a una película que se convierte desde ya en un referente dentro de un imaginario en el que se recuerdan títulos como el clásico ‘Tarántula’ (1955), ‘Aracnofobia’ (1990) y la comedia de serie B ‘Arac Attack’ (2002). El premio especial del jurado obtenido en el Festival de Sitges remite a su condición de sorpresa.

La infestación arácnida se debe a que al protagonista se le escapa el ejemplar que acaba de comprar en la trastienda de contrabando de un local. Secuencias como la del baño, la del largo corredor transformado en aterrador hábitat que el grupo de jóvenes debe cruzar para intentar huir y la de sus desesperados esfuerzos por desatrancar el acceso al aparcamiento resaltan la capacidad de Vanicek para la tensión. Se le perdona que fruto de ese nervio escénico y de la fotografía oscura la acción se torne algo confusa en un par de momentos.

El procedimiento policial establecido para contener la situación implica, en el terreno complementario, carga social al manifestar que a las autoridades les da igual lo que pase en la ‘banlieue’. Los detalles iniciales de unión vecinal resultan asimismo significativos. Se agradece que el filme perfile bien los personajes, las emociones y los conflictos.