La función reúne dos obras breves de Edward Albee. ‘The Zoo Story’ de 1959 y ‘Homelife’ de 2004 nos permiten comprobar cómo algunas preocupaciones permanecen en el primer tercio del siglo XXI para definir un tiempo contemporáneo de personas alienadas en grandes ciudades donde aumentan la incomunicación, la violencia y los suicidios como la manera extrema de escapar de unas relaciones personales que ordenan los sentimientos en compartimentos estancos.

La escenografía recuerda a un recinto de fieras que se mueven bajo la sugerente dirección de Juan Carlos Rubio. Fernando Tejero ocupa el centro del espacio con la aparente tranquilidad del domador cuadriculado que tiene todo bajo control. Su mayor logro es estar sentado sobre el tedio de unos deseos caducos y aburridos. Mabel del Pozo y Dani Muriel merodean sobre la aridez de la paja seca. Su presencia tiene energía. Las palabras y el movimiento de sus cuerpos crean una realidad que envuelve tanta desolación. Ella, en el borde de un abismo de voluptuosidad esperanzada y salvaje. Él, sobre la cuerda floja de una vida de perros.

El drama se sustenta por el delicioso manejo del lenguaje. Los circunloquios dialogados que caracterizan el teatro absurdo preceden a unos traumas que se abren paso entre la hilaridad y la tormenta. La calidez de un sofá de salón y el habitual banco del parque son asaltados para demostrar que la crueldad siempre vence a cualquier simbolismo estético y moral hasta poner en peligro la seguridad de una vida anodina. La iluminación anuncia su estrategia. Cuando vira de brillante a mate ha llegado el momento cumbre y las excelentes imágenes narrativas golpean a los personajes con la nitidez del miedo, la soledad y el desasosiego. El ritual se convierte en una experiencia terapéutica para el patio de butacas.