Por
  • Enrique Abenia

'Valle de sombras': el Himalaya interminable

Miguel Herrán, en 'Valle de sombras'
Miguel Herrán, en 'Valle de sombras'
Buena Vista

El director Salvador Calvo se ha especializado en producciones de alto perfil y con una plasmación que evidencia el despliegue de medios. El atractivo resultante, favorecido además por el componente exótico de las historias, contrasta sin embargo con el hecho de que sus películas apenas consiguen transmitir lo que pretenden. ‘1898. Los últimos de Filipinas’, tan ambiciosa como irregular, tenía tramos muy fallidos y ‘Adú’ caía en unos subrayados que resentían su discurso de denuncia. Con ‘Valle de sombras’, su tercer filme, ocurre parecido. Busca mostrar la experiencia, primero traumática y en el proceso transformadora, de un joven que pasa meses en una aldea perdida del Himalaya después de sobrevivir al brutal ataque de unos bandidos, pero la narración nunca sale de lo formulario y convencional. Su carácter pesado y repetitivo, consecuencia de que la pausa que requiere el tipo de relato se enmarca en un tratamiento que aporta poco, dificulta la implicación a pesar de lo que evoca la temática.

Miguel Herrán se esfuerza sin que su personaje llegue, a excepción de la escena del autobús camino del final, con fuerza y que canaliza lo que hubiera gustado sentir desde el principio. Que Calvo, en lugar de acabar la exposición en ese momento, opte por un cierre desgastado simboliza la realidad de la obra, que no obstante había mejorado algo por el efecto de los espectaculares paisajes helados y la cuestión del viaje peligroso.

‘VALLE DE SOMBRAS’ **
Dirección:Salvador Calvo.
Guión:Alejandro Hernández.
Intérpretes:Miguel Herrán, Alexandra Masangkay, Susana Abaitua, Stanzin Gonbo.

La historia comienza regular por su superficial juego con el turismo mochilero seducido por la espiritualidad y por inverosimilitudes como la de que el protagonista y su novia estén allí con un niño y que incluso acudan con él a una ‘rave’. En el pasaje central en el pueblo, el cauce alusivo a la adaptación y a la necesidad de asimilar el dolor y la culpa, acompañado de la interesante relación con la monja (bien interpretada por Alexandra Masangkay), se enfrenta a lo plomizo.

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