LITERATURA ESPAÑOLA

Jorge Semprún, el intelectual que se volvió contra el comunismo y abrazó la vieja Europa

Tal día como hoy, hace un siglo, nacía en Madrid el escritor, guionista de cine y ministro de Cultura del Gobierno de Felipe González de 1988 a 1991

Jorge Semprún, en una visita a Zaragoza en 2004.
Jorge Semprún, en una visita a Zaragoza en 2004.
Carlos Moncín/Heraldo.

Jorge Semprún (Madrid, 1923- París, 2011) fue un escritor de dos mundos, Francia y España, o quizá solo de uno, infinito y culto, la vieja Europa, cuna de conflictos, contradicciones y de un extenso legado cultural, cargada de grandes y atractivas figuras.

Nieto de Antonio Maura e hijo de embajador, vivió una vida más o menos apacible hasta la Guerra Civil. En 1941 se instaló en París con su familia y vivió la ocupación nazi. Estudió Filosofía y Letras. En 1942, insolente, rebelde e indocumentado, se hizo del Partido Comunista, y al año siguiente, tras pocos meses de trabajos orquestales en la Resistencia, fue atrapado y enviado a Buchenwald. Le asignaron trabajos de administración, pero percibió todo el horror de la muerte tan arbitraria y el insoportable olor del crematorio. La experiencia daría lugar a uno de los grandes libros del Holocausto: ‘La escritura o la vida’, que publicó en 1994, y lo emparienta con la obra de autores como Primo Levi e Imre Kertész. Tras la liberación, con el rescoldo del terror en el cuerpo y en el alma, con el deseo de que el mundo pudiera ser un lugar más acogedor para crear, amar y soñar, decidió trabajar en la clandestinidad para el PCE.

Siempre tuvo un paraíso perdido y recobrado en su infancia, tan literaria como probó en ‘Adiós, luz de veranos’, donde evocaba el ambiente familiar, las diversiones con sus hermanos en la floresta del jardín, los poemas que su padre recitaba en todo un ritual al anochecer...

Hizo lo que pudo y algo más, pero al final -tras pertenecer al Comité Central- acabó enfrentándose a la cúpula, es decir Santiago Carrillo y La Pasionaria, y fue expulsado en 1964. Dejó de ser Federico Sánchez, el despatriado y descarriado, para ser Semprún y dedicarse al estudio de la filosofía alemana (era una vieja pasión: admiraba a Martin Heidegger), al carrete de la memoria hecho literatura y al cultivo de su propia obra, que contiene algunos exorcismos y ajustes de cuentas.

Jorge Semprún con el escritor oscense Javier Tomeo, en una cita literaria en Zaragoza.
Jorge Semprún con el escritor oscense Javier Tomeo, en una cita literaria en Zaragoza.
Carlos Moncín/Heraldo.

Así fueron saliendo títulos como ‘El largo viaje’ (le proporcionó el premio Formentor de 1963), ‘Autobiografía de Federico Sánchez’ (con el cual ganó el Planeta en 1977) e incluso un libro sobre Yves Montand, con quien guardaba un cierto parecido y era un gran amigo suyo. Escribió mucho más en francés que en castellano. Reconoció que se había equivocado durante dos décadas con el comunismo y aceptó la tarea de reconstruirse. A la par que la literatura, desarrollaba una interesante carrera de guionista de cine y de series de televisión, que le llevaría a trabajar con Costa Gavras, Alain Resnais, Joseph Losey o Mario Camus. Siempre estuvo en Francia con un pie en España y en España con el alma en Francia. Era bilingüe, elegante, reflexivo, sofisticado, ‘bon vivant’ y memorioso, y un buen prosista en castellano y francés. Aceptaba con naturalidad que era más bien un burgués.

Nos legó una defensa inequívoca de la democracia y de Europa, una crítica serena al comunismo y sus burocracias, y una producción literaria valiosa que nunca se deslindó de la autobiografía y de la huella lacerante del campo de exterminio

En 1988, Felipe González lo llamó y le ofreció el puesto de ministro de Cultura hasta 1991. No fue fácil explicarlo: él, entre otras cosas, se sintió como el exiliado que volvía a casa y recuperaba la patria, aunque en serio y en broma declararía que se sentía de la “patria de los apátridas”. Entre sus actuaciones, como buen negociador pero también pugnaz, seguro de sí mismo y de sus ideales, están el museo Thyssen y el legado de Salvador Dalí. Poco después publicaría una suerte de despedida: ‘Federico Sánchez se despide de todos ustedes’ (1993). Jorge Semprún tenía aureola y una maleta llena de belleza, de sensibilidad, de buen gusto: parecía su coraza contra la ira y el venenoso humo del pasado. 

Antes de irse en 2011, nos dejó algunas lecciones: una defensa inequívoca de la democracia y de Europa, una crítica serena al comunismo y sus burocracias, y una producción literaria valiosa que nunca se deslindó de la autobiografía y de la huella lacerante del campo de exterminio. Escribió contra la muerte por puro amor a la vida y siempre tuvo un paraíso perdido y recobrado en su infancia, tan literaria como probó en ‘Adiós, luz de veranos’, donde evocaba el ambiente familiar, las diversiones con sus hermanos en la floresta del jardín, los poemas que su padre recitaba en todo un ritual al anochecer, las visitas del abuelo célebre Antonio Maura, tan próximo a Alfonso XIII, la muerte de la madre, que sería irreparable porque su sustituta quizá nunca los quisiera de veras. En el libro hay muchas más cosas: el crecimiento, el éxodo, el colegio de Francia, el nacimiento a la política y ese gozoso y perturbador enigma del erotismo que despierta, todo ello bajo una nueva luz y el resplandor lejano de los veranos de la memoria. 

Hoy, Jorge Semprún Maura cumpliría 100 años.

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