'En nombre de la tierra': magnetismo al óleo
El rico y diverso mundo de la animación incluye la singular variante de las películas filmadas primero con actores a las que después, por la magia de la técnica, se les añade la capa que les confiere su carácter distintivo. En la memoria figuran ‘Apolo 10 ½. Una infancia espacial’, ‘A Scanner Darkly’ y ‘Waking Life’, las creaciones de Richard Linklater con la rotoscopia, y ‘Loving Vincent’, dedicada a Van Gogh. Los directores de esa alabada obra, DK Welchman y Hugh Welchman, firman ‘En nombre de la tierra’, pintada al óleo fotograma a fotograma, tarea a la que han contribuido un centenar de artistas de cuatro países. La plasmación pictórica, inspirada en distintos estilos de finales del siglo XIX y principios del XX, realza y eleva una historia clásica de conflicto, amor y tragedia en torno a una joven campesina polaca cuyos males comienzan cuando se casa a su pesar con un rico granjero viudo.
El tratamiento instala el magnetismo, constante todavía más potenciada en los planos de descripción ambiental y en los detenidos en lo que expresa el bello rostro de Kamila Urzedowska. Por su carga, también resultan especiales las escenas que muestran un estado casi de trance colectivo, como cuando los lugareños se dejan llevar durante los bailes de la boda o en el intenso y virulento tramo final, el cual resuena por la alusión a la turba, significado en cuyo marco se hace no obstante hueco la liberación.
Basado en ‘Los campesinos’, novela de W. S. Reymont, el relato expone una época regida por la idea de que la tierra, base social de sustento, futuro y posición, es lo único que permanece. A ella se supeditan los matrimonios, con la mujer como instrumento en los apaños, además de foco de atracción carnal. El marido y el amante (un padre y un hijo enemistados) exhiben rabia, orgullo y una miseria moral de la que tampoco escapan las mujeres como resaltan las habladurías, claves en la evolución del drama.