‘Teresa’: Sensibilidad, palabra y mística

Paula Ortiz derrocha sensibilidad en su cine, como se vio en ‘De tu ventana a la mía’ y repitió en ‘La novia’ y como vuelve a hacer en ‘Teresa’, película en la que esa apuesta por la elegancia de las formas, la exquisitez en el trato de la imagen y el esmero en el retrato de los personajes se multiplica, diría yo, respecto a sus anteriores trabajos.

La cineasta aragonesa, que todavía tiene en cartel ‘Al otro lado del río y entre los árboles’, adaptación de la obra de Hemingway, enlaza ahora su recorrido cinematográfico al del dramaturgo Juan Mayorga, porque es en su obra teatral ‘La lengua en pedazos’, basada a su vez en ‘El Libro de la Vida’, de Teresa de Jesús, de la que parte y de la que se nutre la nueva película de Ortiz.

Sumando la sensibilidad y el estilo narrativo de la directora y la riqueza literaria y de pensamiento que Mayorga deja en su texto, ‘Teresa’ se construye sobre otros dos talentos, interpretativos en este caso, los de Blanca Portillo y Asier Etxeandia, actores soberbios que, en un derroche de talento, se transforman ante nuestros ojos en Teresa de Jesús y el inquisidor al que espera para ser juzgada. La película se desarrolla en buena parte en las cocinas del convento de San José, al que la mística se ha trasladado con algunas otras monjas tras abandonar su Orden. Allí acude el representante de la Iglesia a pedirle que vuelva al redil.

Paula Ortiz trata con una delicadeza extrema los aspectos más íntimos de la protagonista, repasando su niñez feliz y su adolescencia tan llena de deseos y temores, pero es cuando llega al personaje adulto, a la mística que habla del amor de Dios y de lo que este le transmite y que defiende su fe inquebrantable, y es en el enfrentamiento dialéctico con un inquisidor que también es capaz de dudar y que sufre igualmente, cuando encontramos lo mejor y más intenso de una obra que guarda el poso de su origen teatral sin que le haga daño alguno.