Brilló interpretando la partitura de Verdi. Letitia Vitelaru asumió eficazmente el carácter de ‘donna di prima forza’ que su papel exige en el segundo acto de ‘La traviata’, donde la temperatura escénica fue subiendo grados. La soprano, de dicción clara, timbre cálido, buen mordiente en los agudos y amplitud sonora destacada, ya había aprovechado la oportunidad de lucimiento que le brinda Verdi al final del primer acto. Así, tanto su aria ‘Ah, fors’è lui…’ como la ‘cabaletta’ ‘Sempre libera’ fue un paseo triunfal por encima de todas las dificultades de la partitura y que coronó con ese agudo estratosférico, no escrito aunque frecuente en grandes como Callas, Moffo, Sutherland u Oropesa.

El tenor Kwonsoo Jeon se mostró algo falto de ‘il giovanile ardore’, el ardor juvenil que debe inflamar el aria de Alfredo ‘Dei miei bollenti spiriti…’, y el director Kynan Johns estuvo al quite con él en todo momento marcándole el tempo en ‘O mio rimorso’.

Manuel Mas –Giorgio Germont–, buen actor, aprovechó al máximo la belleza melódica de su aria ‘Pura siccome un angelo’, que resultó uno de los momentos más atractivos. Con voz luminosa, bien impostada y rotundamente baritonal derrochó sentimiento y pasión paternales y dotó de fuerte expresión a la hermosa ‘Di Provenza il mare…’.

Orquesta, coro y comprimarios, dirigidos eficazmente por Kynan Johns estuvieron a la altura de un espectáculo operístico que, anunciado como escenificado, sacó creciente partido a las características de esta sala, esencialmente sinfónica, utilizando recursos escénicos como la proyección en pantalla gigante de los intérpretes y subtítulos grandes, de fácil legibilidad a ambos lados del escenario. A ello, el montaje de la Fundación Excelentia añadió efectos de luminotecnia vistosos y eficaces dejando la orquesta en penumbra.