Literatura 

La casa de Pío Baroja, un viaje a Itzea

El autor del artículo, de pasión bibliófilo, y Pepe Cerdá visitan una de las grandes residencias literarias de España. 

La fascinante y ya legendaria biblioteca de Pío Baroja y su familia, mimada por su sobrino nieto Pío Caro-Baroja (en la imagen, con José Luis Melero)
La fascinante y ya legendaria biblioteca de Pío Baroja y su familia, mimada por su sobrino nieto Pío Caro-Baroja (en la imagen, con José Luis Melero)
Pepe Cerdá

Para cualquier barojiano, visitar Itzea, la casa comprada por Pío Baroja en Bera, antes Vera de Bidasoa, casi en la raya con Francia, en 1912, es peregrinación obligada. Allí vivieron largas temporadas la madre de la saga, Carmen Nessi Goñi, sus hijos Ricardo, Pío y Carmen Baroja, su yerno el editor Rafael Caro Raggio, sus nietos Julio y Pío Caro Baroja, y allí siguen acudiendo sus biznietos Carmen Caro Jaureguialzo y Pío Caro-Baroja Jaureguialzo, ambos también escritores y editores. Y allí se conservan la legendaria biblioteca de don Pío, con las aportaciones posteriores de Julio Caro, muchos y buenos cuadros de Ricardo Baroja, un archivo importante que custodia originales y una nutrida correspondencia, y muchos otros cuadros y objetos artísticos de primer orden.

Visitar Itzea era uno de mis sueños recurrentes y ahora por fin he podido cumplirlo. Lo ha hecho posible mi amigo el pintor Pepe Cerdá, amigo personal a su vez de Pío Caro-Baroja Jaureguialzo, el sobrino nieto de don Pío, que accedió amablemente a enseñarnos la casa y que resultó ser un hombre cordial, educado y amabilísimo, extraordinario conocedor de la historia de su familia y también de los entresijos y entramados de la cultura española de los últimos ciento cincuenta años.

Llegamos Pepe y yo a Bera en la mañana del martes 24 de octubre y en el portal ya nos estaba esperando Pío Caro-Baroja, a quien le llevábamos algunos libros y, naturalmente, unas trenzas de Almudévar. Tras los saludos y las presentaciones comenzó la visita a la casa, que habría de durar unas tres horas. Luego comeríamos allí (una sopa de apoteosis y unos chipirones en su tinta traídos de Fuenterrabía verdaderamente sublimes que ya hubiera querido saber preparar así el mismísimo Paul Bocuse), tomaríamos café y abandonaríamos Itzea a mitad de la tarde.

Detalle de un manuscrito de Pío Baroja con sus enmiendas y tachaduras
Detalle de un manuscrito de Pío Baroja con sus enmiendas y tachaduras
Pepe Cerdá

El portal de la casa, flanqueado por dos grandes escudos de armas, no ha sufrido cambios y permanece igual que lo verían don Pío y sus hermanos. Entrando en la planta baja destacan dos enormes columnas frente a la entrada, a la derecha de la gran escalera, y tres reposteros (dos originales y uno reproducido) que cosió la madre de Pío Baroja y sobre los que Ortega deslizó alguna ironía relativa a los "falsos blasones" de los Baroja. A la derecha hay una pequeña estancia y al fondo una gran sala que ocupa el espacio de lo que en tiempos fue la cuadra, que tuvo el suelo de tierra y en la que hubo gallinas y hasta cerdos durante la guerra. Hoy alberga algunas figuras de hierro compradas por Julio Caro y unos cuantos buenos muebles. La escalera, decorada con grabados, conduce a la primera planta. Es ésta deslumbrante. Un enorme recibidor, con el plano de Madrid original de Pedro de Teixeira de 1656, acoge a quienes acceden a ella. A la derecha hay dos grandes habitaciones: el comedor y la sala o cuarto verde. En el comedor, donde Pío Caro-Baroja Jaureguialzo había dispuesto que nos sirvieran la comida, podemos contemplar la gran mesa de castaño con el velón de estilo andaluz en el centro, la chimenea, cerámica de Coimbra, plata vieja, un retablo con tres tablas de la vida de Cristo, distintos cuadros de tema bíblico (uno sobre la matanza de los Inocentes, otro sobre la Creación, el Paraíso y el castigo de Adán y Eva, y un tercero sobre San Jerónimo), un cuadro de Juan de Flandes, un papel de Juan de Goñi, o una de las piezas más singulares de la casa: una extraordinaria talla de marfil montada sobre madera, regalo de Azorín, que representa una plañidera, y que pertenece a la Escuela de Dijon, del siglo XV, según precisó Pío Baroja en una inscripción de su puño y letra grabada en la propia madera. La chimenea tenía un gran hierro de 1596, "hecho en alguna ferrería del país y que estaba en la casa antes de restaurarla", según Julio Caro, y que ahora ha sido trasladado a la biblioteca de la segunda planta. Después, nuestro anfitrión me ofrecería para sentarme a comer el lugar que ocupaba don Pío, enfrente de la chimenea. Para entonces ya había descubierto que un mitómano como yo iba a agradecerle el gesto.

Tesoros de la primera planta

La sala verde, contigua al comedor, mantiene también todo el encanto del siglo XIX. Conserva lo que tenía la sala de la tía Cesárea y encontramos en ella el viejo violonchelo, un piano, un bellísimo tocador, las figuras de dos chinos en sendos fanales, que mueven graciosamente la cabeza, fotos de Serafín Baroja, el padre de don Pío, retratos de los Goñi, un cuadro de la fragata Bella Vascongada, grabados napoleónicos y otros sobre bailes románticos, la guerra de la Independencia y el 2 de mayo en Madrid. Esos simpáticos chinitos, con sus expresivas caras de porcelana, aparecen citados por Baroja en el capítulo cuarto del libro primero de ‘Las inquietudes de Shanti Andía’.

La cocina está también en esa primera planta, así como el dormitorio de Ricardo Baroja, en el que éste murió. La habitación de Ricardo ha sido reformada y convertida en un precioso cuarto de estar en el que tomamos unos aperitivos antes de comer y en el que nos servirían después el café en una larga sobremesa. Contiene este cuarto el retrato que Ricardo Baroja le hizo a Azorín en 1901 y que Pío Caro acabó comprando en una subasta, un bellísimo piano londinense, fotos y retratos de Ricardo antes y después de perder el ojo, una foto de Pío Baroja en la casa de la calle Mendizábal, otra de Carmen Baroja en El Mirlo Blanco, otra de Azorín con dedicatoria autógrafa a Pío Baroja…

La estancia más grande de esta primera planta, a la izquierda del recibidor, es el salón en forma de ele, al que se llamaba solemnemente "el museo", porque en él se exponía una pequeña parte de la gran colección de estampas del siglo XIX de Pío Baroja que el escritor compró entre 1910 y 1920 tanto en París como en Madrid. También se hallaban a la vista algunas armas, recuerdos de las guerras carlistas, fotos del cura Santa Cruz y su partida..., todo muy decimonónico. Pero al comienzo de la Guerra Civil Carmen Baroja, temerosa de los tiempos que corrían, decidió rediseñar ese salón y aquellas estampas y muchos de los objetos que albergaba fueron retirados. Con los años, Julio Caro guardaría y ordenaría las estampas en carpetas.

"El segundo piso está ocupado por la enorme y fascinante biblioteca de Pío Baroja"

Hoy el salón tiene preciosos arcones tallados, distintos cuadros románticos, una elegantísima caja de música que nuestro amable anfitrión hizo sonar para nosotros, un bargueño del siglo XVI, una tabla palentino-flamenca, dos cuadros de Ricardo Baroja, una mesa central, el famoso barco colgando del techo, un grabado con una vista de Cádiz… Al fondo del salón, a la derecha, hay otra pequeña habitación por la que se baja por unas escaleras a la huerta, con vajilla antigua, hermosos grabados y dos grandes retratos románticos. Y a la izquierda de este antiguo "museo" se encuentra la coquetísima sala amarilla, que conserva los muebles y los cuadros de Juana Nessi, tía de la madre de don Pío y propietaria de la panadería de la calle Capellanes de Madrid en la que éste trabajó un tiempo, y que está presidida por el gran retrato que Antonio Gisbert le hizo a doña Juana en 1855. También destacan dos retratos grotescos procedentes de la familia Nessi, un retrato de Rafael Caro Raggio pintado por José Moya del Pino, y otro de Carmen Baroja obra de Anselmo Miguel.

Pío Caro-Baroja, con José Luis Melero, hojeando unos manuales ante la bola del mundo.
Pío Caro-Baroja, con José Luis Melero, hojeando unos manuales ante la bola del mundo.
Pepe Cerdá

La fascinante biblioteca

En la segunda planta de Itzea se encontraban los dormitorios de Carmen y de Pío Baroja. El de éste lo ocupa hoy, sin apenas cambios, su sobrino nieto Pío Caro-Baroja Jaureguialzo y conserva la cama original con los barrotes de metal y la colcha de ganchillo, la chimenea, grabados, diferentes retratos del escritor… Pero, sobre todo, el segundo piso está ocupado por la enorme y fascinante biblioteca de Pío Baroja, aumentada considerablemente por Julio Caro Baroja, y que ocupa prácticamente toda la planta. Conserva su escritorio, la chimenea, las mesas, el retrato de Aviraneta de Ricardo Baroja, los retratos de muchos escritores y pensadores queridos por Baroja: Kant, Schopenhauer, Tomás Moro, Montaigne…, vistas de ciudades (Irún, San Sebastián…), las fichas a mano que hacían de los libros tanto don Pío como su sobrino Julio Caro, y, claro está, miles y miles de libros sobre las más distintas materias: literatura (novela francesa, inglesa y rusa especialmente), historia, memorias, clásicos griegos y latinos, clásicos españoles, libros de viaje, brujería, quiromancia, alquimia, astrología, botánica, antropología, filosofía, libros de tema vasco, grandes colecciones de revistas… Los libros más valiosos, que son muchos, suelen llevar pegado en la guarda -o en la primera página de respeto- el recorte de su descripción en el catálogo en que los compró, con el precio que pagó por ellos; y algunos conservan los ‘ex libris’ de sus antiguos propietarios, como uno que vi de Antonio Cánovas del Castillo. Los pasillos están también ocupados por libros. La vista de todas las paredes cubiertas de miles de libros antiguos, muchos de ellos leídos y trabajados, es ciertamente conmovedora.

En esta misma planta hay además un pequeño cuarto separado de la biblioteca, que también está repleto de libros. Es el cuarto en el que trabajaba Julio Caro Baroja al ser más fácil de calentar. Allí está el archivo y la literatura española del siglo XX con las primeras ediciones de los amigos de Baroja dedicadas a éste. Y nuestro atento anfitrión nos muestra la edición de ‘Prim’ dedicada por Galdós, la de las Obras Completas de Ortega, cuya dedicatoria comienza: "A Pío Baroja, viejo amigo infiel", la de ‘La Colmena’ dedicada por Cela, otra dedicada por Valle Inclán… Azorín le regaló la colección Joya, de la editorial Aguilar, en plena piel, y pudimos ver sus tomos de Obras Completas dedicados a Baroja. Pío Caro-Baroja nos enseñó también el ejemplar de la primera edición del primer libro de Baroja, ‘Vidas sombrías’, que tiene tachaduras suyas en seis cuentos del índice, y el manuscrito inédito de ‘Extravagancias’, pendiente de estudio y de conocer si lo es en su totalidad o si de él ya publicó Baroja algunas de sus partes.

"Fue un día memorable y evocador, en una compañía inmejorable y lleno de esas sensaciones y emociones que uno sólo siente en contadas ocasiones"

También se conserva en Itzea el manuscrito de ‘Las inquietudes de Shanti Andía’, que Baroja regaló a Pérez Ferrero y que su sobrino Pío Caro compró para devolverlo a casa cuando surgió la ocasión. En nuestra visita nos encontramos leyendo en ese cuarto a la viuda de Pío Caro Baroja y madre de nuestro anfitrión, Josefina Jaureguialzo Zubeldia, una señora delicada y distinguida que nos recibió con enorme cariño.

La tercera planta o falsa, que ocupa unos cuatrocientos metros, está dividida en tres estancias absolutamente tapizadas de libros. A ella se subieron los libros menos importantes o más modernos. Una mesa acoge planchas de grabados de Ricardo Baroja y también se guarda ahí el gran belén de Julio Caro.

Fue un día memorable y evocador, en una compañía inmejorable y lleno  de esas sensaciones y emociones que uno sólo siente en contadas ocasiones. Baroja sigue vivo en Itzea y sólo podemos agradecer a Pío Caro-Baroja y a su hermana que cuiden con tanto empeño como diligencia la memoria de su tío abuelo y el patrimonio familiar. 

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