Los males de lo maligno
Estrenada hace 50 años, ‘El exorcista’, una de las grandes obras de William Friedkin (fallecido hace dos meses), fue y será la película de terror por excelencia. No solo por lo que impactó y por la sugestión que sigue ejerciendo, sino también por su formidable tratamiento narrativo, sus descripciones y su atmósfera.
Los tiempos cinematográficos han cambiado y un filme de esa dimensión resulta irrepetible, de ahí el recelo ante el hecho de volver a tocar el imaginario y sumar una secuela encaminada al reinicio. El director David Gordon Green, de nuevo respaldado por Universal y Blumhouse, firma ‘El exorcista. Creyente’ después de su trilogía en torno a Michael Myers, Laurie Strode y ‘La noche de Halloween’, su rescatable modulación del clásico de John Carpenter. Su respeto por el referente y su intención de crear una historia distinta y revestirla de los componentes identificativos depara de primeras una propuesta honrosa. Sin embargo, conforme intervienen lo insulso, lo formulario y lo que directamente ni gusta ni convence todo se estropea y languidece todavía más frente al original.
En el marco de continuaciones compuesto por la rara segunda parte de 1977, la muy reivindicable tercera entrega de William Peter Blatty (1990) y la precuela de 2004, singular por dar lugar a dos versiones (la de Paul Schrader y la de Renny Harlin), esta incorporación tardía se queda en un amago fallido. Desaprovecha la variación de que la posesión afecta a la vez a dos chicas y yerra en la vía que elige para abordar el exorcismo. A pesar de la buena idea de salirse del canon católico, Gordon Green se equivoca en la plasmación, poco atractiva salvo por los apuntes grotescos, y recurre a un discurso que ni de lejos evoca la hondura pretendida. El relato había empezado a dar malos síntomas cuando reaparece, como nexo con el título de 1973, Ellen Burstyn, cuyo personaje es objeto de cuestionables decisiones de guión.