‘El ángel devastado’ o cómo huir de sí y de la vida

Una mirada a la escritora y viajera Annemarie Schwarzenbach.

España. Annemarie Schwarzenbach y Marianne Breslauer, en 1933.
España. Annemarie Schwarzenbach y Marianne Breslauer, en 1933.
H.A.

Mirarla es descubrir "un rostro muy hermoso con un aire de indefinible tristeza, un Donatello de fino pelo como el de un muchacho, una mirada azul oscuro que te examina lentamente y una boca dulce e infantil". Son palabras de la escritora norteamericana Carson McCullers que en 1940, cuando la conoció, se enamoró perdidamente de ella y le dedicó su libro ‘Reflejos en un ojo dorado’, pero entonces ya era casi el final de la historia: Annemarie solo tenía 32 años y apenas le quedaban dos de vida. No pudo corresponder a ese amor.

Las fotos que la editorial Minúscula elige para la portada de sus libros la muestran en dos de los escenarios más importantes de su vida: la montaña Suiza, su tierra natal y la montaña afgana, su exilio de acogida, que en 1939 recorre al volante de su Ford en compañía de su Leica y la documentalista Ella Maillart en el que sería su último gran viaje por Oriente.

"Madre, al principio debí de equivocarme en algo, pero no fui yo. Fue la vida". La suya fue intensa, corta, atormentada y conflictiva. Rebelde con causa, trató de defenderse de la dictadura de una madre autoritaria y posesiva descendiente de Bismarck y seguidora entusiasta de la ideología nazi que la condenó a perseguir sin éxito el amor absoluto y a cargar con el peso enorme e insoportable de la soledad. Una madre que rechazó su vida, se avergonzó de su lesbianismo "de dominio público" y a su muerte destruyó sus diarios.

Su madre rechazó su vida, se avergonzó de su lesbianismo "de dominio público" y a su muerte destruyó sus diarios.

Annemarie Schwarzenbach (1908-1942) había crecido junto a los lagos y montañas de la Alta Engadina, ("Mi tierra más genuina, en la que me muevo con más seguridad y donde me siento más liviana que en ningún otro sitio") y parecía tener abiertos todos los caminos. Fotógrafa y pianista, acababa de doctorarse en Historia y Filología germánica al tiempo que veía la luz su primera novela ‘Ver a una mujer’ en la que con una valentía casi inédita confesaba abiertamente su pasión por las mujeres. El camino de libertad que ha elegido es agotador y solitario, "pero así somos, nos deleitamos con el azul del mar, con una hora de paz pese al fragor de los incendios para aprender todos una misma oración: Señor, ayúdanos a soportar esta vida".

Muerte en Persia

En 1930 se traslada al bullicioso Berlín de la crisis económica, el final de la república de Weimar y el imparable ascenso del nazismo y comparte la fiebre artística de las calles, teatros y periódicos con Fritz Lang, Marlene Dietrich, Bertold Brecht y, en especial, con los hermanos Klaus y Erika Mann, el primer gran amor no correspondido de Annemarie.

La relación que se establece entre ellos significará un punto de no retorno en su vida. Los hermanos viven entregados a la lucha antifascista y al teatro, Klaus desde los escenarios berlineses y Erika desde su cabaret ‘El molinillo de pimienta’. Junto a ellos, Annemarie debe hacer una difícil elección entre el compromiso social y político que la alejaría de su familia y su tierra natal (la «inacción contemplativa» en la Europa de los años 30 no era una opción) o entregarse a la búsqueda de la felicidad individual. Decide entonces abandonar Europa y convertirse en una exiliada de sí misma, en una viajera de lejanos destinos que con el tiempo solo ahondan su "añoranza de aquella otra patria, el país más bello del mundo" a la que no se siente con fuerzas de regresar.

Desde ese momento, Annemarie vivirá huyendo de sí misma y del dolor con la única compañera fiel que sobrevive a sus amores fugaces: "La adorable y deliciosa morfina, la mano que asoma entre las nubes", la droga de su generación que aprendió a compartir con su "hermano del alma" Klaus, "que es la consecuencia de un miedo mortal a la vida y de esa tendencia a la deriva" que la empuja a recorrer el mundo desde el mar Negro hasta los pies del Ararat, "desde las calurosas depresiones del mar Caspio hasta la estepa turkmena y de Persia a Afganistán". Miles de kilómetros recorridos a lo largo de su vida más allá de sus fuerzas para expiar algún pecado original. Caminos, rostros y experiencias que registra con un lirismo tan subjetivo y personal que sus textos se convierten en paisajes dignos de ser leídos y contemplados desde una intimidad cómplice. "El viaje es, en realidad, inmisericorde, una escuela idónea para acostumbrarnos al devenir inexorable, al encuentro y la pérdida en toda su crudeza".

Con el estallido de la guerra en 1939 "el infierno se abre" para esta viajera desasosegada que recorre una vez más las desérticas carreteras de Oriente.

Con el estallido de la guerra en 1939 "el infierno se abre" para esta viajera desasosegada que recorre una vez más las desérticas carreteras de Oriente. En marzo de 1942, enferma y psíquicamente agotada, navega sola en un buque de carga portugués rumbo a casa. Regresa cargada de fotografías y palabras que teclea en su camarote, textos y artículos que llegarán a ser sus mejores libros: ‘Todos los caminos están abiertos’ y ‘Muerte en Persia’, su testimonio viajero más personal.

Algunos de los artículos consiguen publicarse, pero el ruido infernal de la guerra acaba por apagar su hermosa voz.

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