En los últimos diez, doce años, Woody Allen ha continuado haciendo cine con el mismo ímpetu, las mismas ganas y siempre con la necesidad de seguir contándonos sus historias. Cierto es que, a sus actuales 88 años, el creador de Manhattan ya no da tanto de sí, que su ingenio parece apagarse poco a poco y que sus últimos filmes se han convertido en algo así como capítulos a añadir al gran libro cinematográfico de su filmografía. Lo que sucede es que, pese a que su talento haya perdido algo de la frescura y la ironía que tanto nos hizo disfrutar con sus grandes títulos, Woody Allen sigue siendo mucho Woody. Yo sigo acordándome, entre los trabajos que hizo en torno a 2010, de ‘Si la cosa funciona’ y ‘Midnight in Paris’, pero también es verdad que siempre encontraremos su rastro y su inteligencia y su creatividad en cualquier obra que haya firmado.

El cineasta ha vuelto a París para rodar, con equipo y actores franceses -también con su ya indispensable Vittorio Storaro-, 'Golpe de suerte’, una de esas películas suyas en las que hay jóvenes hermosos y, algunos, muy ricos, que disfrutan de unas vidas aparentem‘ente felices, pero en las que también hay drama, desamor e infidelidad mezclados con misterio, intriga y hasta crimen. Allen describe esta vez el encuentro de dos jóvenes que se conocieron en Nueva York hace años y que coinciden en París. A partir de aquí, se nos irán contando las idas y venidas de esa pareja, así como las de ella con su marido, que no le quita ojo. Como siempre pasa en su cine, Woody Allen aprovecha cualquier reunión de los protagonistas con sus amigos para sacar a pasear su ironía y su humor, con diálogos tan delirantes como los que siempre han aparecido en sus filmes. Y todo ello construido con el estilo al que es tan fiel y con unos buenos actores a los que dirige con precisión, logrando que, cuando la película termina, salgamos de ella relajados y hasta con ganas de irnos unos días a París.