La doble sonoridad
El excelente y meticuloso pianista Glenn Gould se hizo famoso porque muy a menudo utilizaba la doble sonoridad en sus interpretaciones. Acompañaba las notas salidas del teclado con su propia voz, susurrando la melodía interpretada.
El recital que el martes, día 26, ofreció Martín García García hizo recordar al maestro Gould, aunque en este caso la duplicidad no fue sonora sino solo gestual: el solista articulaba con sus labios las notas que sus manos hacían brotar del piano.
La estrategia fue muy perceptible desde la primera de las obras interpretadas, los ‘Momentos musicales Op. 94 D. 780’, de Schubert, piezas que ejecutó con delicadeza y una cierta sensación de lejanía.
Sin abandonar el asiento para agradecer los aplausos, entró decididamente en otros ‘Momentos musicales’, los del Op. 16 de Rachmaninoff, que interpretó en orden aleatorio con la intención de resaltar los contrastes rítmicos y cromáticos del conjunto, personalizando su versión de esta forma. El nº 4 en Mi menor, que ocupó el segundo lugar, fue un ‘presto’ arrebatado, de resonancias próximas a lo sinfónico.
El apacible ‘andante cantabile en Si menor’, nº 3 de la serie, que llegó a continuación, reflejó la quietud de espíritu que lo inspira, acompañándose el pianista con unos movimientos oscilatorios laterales como para reforzar la densidad del mensaje inscrito en la partitura por el compositor ruso.
La dulzura del ‘Sposalizio’, de Liszt, donde el húngaro resume sus vivencias italianas, se apoderó de la sala Mozart al inicio de la segunda parte. Martín García, ataviado de una forma más veraniega, descifró con elegancia los secretos de este fragmento de los ‘Années de Pèlerinage, II’ del autor, para concluir con la soberbia ‘Sonata en Si menor, S. 161’, en la que predomina el espíritu enérgico y una soterrada solemnidad. Hubo seis propinas.
