pintura. artes & Letras

Joaquín Sorolla, el artista que levitaba con la luz y con la belleza al aire libre

Se cumple un siglo de la muerte del pintor valenciano (1863-1923), cuyos abuelos y su propio padre descendían de Cantavieja, en Teruel

Sorolla es el maestro de la estampa marina, de la pintura de rasgo brava: desentraña la luz.
Sorolla es el maestro de la estampa marina, de la pintura de rasgo bravo: desentraña la luz y cuenta las más bellas y confiadas imágenes de la infancia.
Joaquín Sorolla.

El año 2023 es el año en que se celebra la muerte de uno de los grandes pintores españoles del siglo XIX y principios del XX: Joaquín Sorolla y Bastida, que nació en Valencia en 1863 y falleció en Cercedilla en 1923, en concreto el 10 de agosto, hace ahora un siglo. Han sido, son y serán aún bastantes las exposiciones que se montarán este año y parte del que viene.

La misma Fundación Ibercaja, que animan José Luis Rodrigo y Mayte Ciriza, también lo tienen en cartera. Sus abuelos y su padre descienden de Cantavieja (Teruel), y su parentesco con Aragón está claro. Estuvo en 1908 en la Exposición Hispano Francesa. Un fino investigador como Alberto Castán ha escrito que permaneció en Zaragoza entre el 20 y el 26 de octubre, y luego estaría varias veces más para hacer una de sus obras más hermosas, su gran homenaje a esta tierra: el mural ‘Aragón. La Jota’, encargado por Archer Milton Huntington para la Hispanic Society.

Para hacer ese cuadro repleto de matices, de un creador en plenitud, que dominaba el color, los rostros y la composición como pocos, se hospedó inicialmente en la Fonda Aísa, de Ansó, y observó un mundo que ya empezaba a desaparecer y que le entusiasmó; su último cronista fue el fotógrafo Ricardo Compairé. Esa pieza formaba parte de un encargo de catorce obras que recogieran la diversidad de los pueblos y regiones de España.

El gran mural 'Aragón. La Jota' que pintó entre 1911 y 1919 para la Hispanic Society.
El gran mural 'Aragón. La Jota' que pintó entre 1911 y 1919 para la Hispanic Society.
Joaquín Sorolla.

Joaquín Sorolla regresó dos años más tarde, y en esta ocasión se alojó en Jaca y convirtió la pequeña ciudad, con un microclima ideal, en su estudio al natural, por decirlo así. Sorolla, igual que los impresionistas y algunos maestros del paisaje como Joaquim Mir, por ejemplo, disfrutaban de la pintura al natural: carecían de pereza, no temían inclemencia alguna, eran observadores del minucioso del cambio de luces, y todas esas incidencias las fijaban en el lienzo. No podía con tanto placer como recibía del sol, sugirió. «La pintura, cuando se siente es superior a todo; he dicho mal, es el natural lo que es hermoso». Fue, como se sabe, como nuestro Francisco Pradilla, un formidable pintor del natural: del mar, sobre todo, pero también de la vida cotidiana, de los secretos de familia, de los jardines y de ese fulgor más blanco que de oro que parecía emerger de las telas, de los rostros, casi de los cuerpos y, ante todo, de la naturaleza.

No podía con tanto placer como recibía del sol, sugirió. «La pintura, cuando se siente es superior a todo; he dicho mal, es el natural lo que es hermoso»

En la catedral de Jaca –elogiada por Cees Nooteboom– se casó su hija María Clotilde con el pintor Francisco Lázaro el 7 de septiembre de 1914. En ese momento, Sorolla era un pintor ya famoso y excepcional, que se había hecho a sí mismo, que se había sobrepuesto a su temprana orfandad, que había descubierto a Velázquez, que había estado en París en varias ocasiones (allí conoció a Marcel Proust, y también a Boldini, John Sargent Singer, que es casi un ‘alter ego’ estilístico, si se nos permite decirlo así, a Andreas Zorn, etc.) y había deslumbrado en Estados Unidos.

Tenía plena conciencia de que era capaz de llegar a todo y se sabía impulsado, y creo que no hay ni romanticismo ni cursilería por decirlo, por la complicidad y el inmenso amor de su esposa y musa Clotilde, que era hija del fotógrafo que lo acogió y lo protegió desde joven. Y él le correspondió con una pasión indesmayable y con algunas, bastantes, de sus pinturas más sentidas.

Aquel Joaquín Sorolla, coetáneo de grandes figuras como Fortuny, Ignacio Pinazo, Rosales, Muñoz Degrain y Francisco Pradilla (al que elogió y reconoció como un maestro), había hecho muchas cosas ya, como han recordado los expertos y diversas muestras: piensen en ‘Sorolla a través de la luz’, concebida por dos expertas como Consuelo Luca de Tena y Blanca Pons-Sorolla, o ‘En el mar de Sorolla’, comisariada por Manuel Vicent, un escritor de la luz, de la exuberancia y de la beldad (la muestra concluye el 17 de septiembre).

La cupletista Raquel Meller, cantante y actriz, fue retratada por Sorolla en 1918.
La cupletista Raquel Meller, cantante y actriz, fue retratada por Sorolla en 1918.
Joaquín Sorolla/Museo Sorolla.

Si uno repasa sus épocas vemos, más allá de los años de tentativas para triunfar, su pintura de denuncia, su inspiración costumbrista, la faceta más iluminista, el deseo de captar la esencia del paisaje costeño y de arrebatarle la luz más decisiva, la carnalidad, el lirismo, los efectos casi inefables y el rasgo bravo. Tenía, como escribió Pérez de Ayala, la facultad de depurar el haz de «hebras solares», y ese «manadero luminoso», que también sugiere ese hombre de mar y arena que es Manuel Vicent.

«Tengo un hambre por pintar como nunca he sentido, me lo trago, me desbordo, es ya una locura». Es difícil sentirlo con más intensidad.

Ya había pintado bañistas, niños en la orilla, rompeolas, barcas, escenas de la vida cotidiana, interiores, y había conmovido con sus retratos de mujer y de contemporáneos suyos (amigos, artistas, escritores, etc.). Entre todos ellos, al lado de grandes figuras como Juan Ramón Jiménez, Galdós o Antonio Machado, retrató a algunos aragoneses como Ramón y Cajal, en una obra que está en el Museo de Zaragoza, y Raquel Meller, a la que inmortalizó en 1918, cuando se decía que era uno de sus admiradores incondicionales.

Joaquín Sorolla dijo: «Tengo un hambre por pintar como nunca he sentido, me lo trago, me desbordo, es ya una locura». Es difícil sentirlo con más intensidad.

Retrato de Ramón y Cajal que pertenece al Museo de Zaragoza.
Retrato de Ramón y Cajal que pertenece al Museo de Zaragoza.
Joaquín Sorolla/Museo de Zaragoza.
Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión