Dentro de unos días, Rubén Blades cumplirá 75 castañas; pues bien, a juzgar por lo visto el sábado en el Auditorio de Lanuza, al genial artista panameño le queda cuerda para rato para seguir alimentando su leyenda sin ningún síntoma de declive físico ni mucho menos vocal. Fantásticamente acompañado -como ya ocurriera en su anterior visita a Pirineos Sur, cinco años atrás- por la Big Band de Roberto Delgado, Rubén se marcó un imponente concierto de casi tres horas de duración, en la que fue repasando algunas de sus composiciones más señaladas (que no todas, tarea imposible en un solo concierto).

Para dejar las cosas claras desde el inicio, arrancó con una obra mayor del calibre de ‘Plástico’, que sonó a gloria bendita y marcó el camino a partir de esa línea de bajo slap, una abrasiva sección de metales (¡trece, nada menos!) y unas percusiones que no dan tregua. Blades eleva la salsa, o la música latina, o llámenle como prefieran, a otra categoría, a otra dimensión; los meticulosos arreglos, el apabullante sonido, las brillantes melodías, esos textos cargados de conciencia humanista y social que narran historias de perdedores y desheredados de la tierra con trazo certero y preciso bisturí lírico.

Momentazos como ‘Todos vuelven’, ‘Paula C.’, ‘María Lionza’, ‘Buscando guayaba’, un descomunal tributo a Héctor Lavoe con ‘El cantante’, ‘Decisiones’, ‘El padre Antonio y su monaguillo Andrés’, ese ‘Pedro Navaja’ en el que Blades se recrea reinventando su forma de cantarla, hasta el colofón con ‘Siembra’ y ‘Patria’. Palabras mayores, vaya. Mas no sería justo olvidar el excelente papel previo de La Santa Cecilia, formación californiana de raíces mexicanas que se pasea de la ranchera a la cumbia norteña, del son jarocho al bolero, guiados por la poderosa voz de La Marisoul, capaz de atravesarte las entrañas como una daga.