Un impresionista entre dos románticos
A veces resulta complicado establecer la pertenencia de un músico de transición a una corriente determinada.
Así como Ravel está inscrito indudablemente en el impresionismo, Brahms y Schumann oscilan entre el clasicismo y el romanticismo. Depende de la época de composición de sus obras y del espíritu que las guía, para asignarles puesto en alguna de las dos corrientes.
Los tres músicos citados fueron los genios interpretados por el joven coreano Seon-Jin Cho en el concierto del sábado, día 3. Lo inició con cuatro piezas de Brahms, correspondientes al Op. 76, tres caprichos y un intermezzo, de estructura limpia y desarrollo melódico, que el solista leyó con soltura y clara definición lírica.
En los ‘Miroirs’, de Ravel, que siguieron, aplicó toda su fantasía para crear esa atmósfera indefinida, pero de profundo impacto, que caracteriza al impresionismo más acendrado, hasta que llegó la ‘Alborada del gracioso’, quinto cuadro de la obra, donde navegó por espacios aéreos de elevada precisión, con arpegios, punteos y resonancias de largo alcance. También esa pieza de inspiración folclórica la elevó a dimensiones internas de gran profundidad, para finalizar con la sonora fantasía de ‘El valle de las campanas’, diseñando un paisaje entre la ensoñación y la realidad. Todo con un refinado sentido poético.
Hasta aquí, sobresaliente, porque el ‘cum laude’ vendría en la segunda parte con los ‘Estudios sinfónicos, Op. 13’, de Schumann, otro de los músicos oscilantes entre clasicismo y el romanticismo. Ya el tema inicial, en ‘andante’, es toda una amenaza de solemnidad. En los XII Estudios que siguen, el pianista no solo progresó adecuadamente, sino que fue subiendo nota con unas armonías fuera de calificativo. Para colmo, la genial interpretación de la ‘Gran polonesa’, de Chopin, como segunda propina, que levantó clamores.
