Por
  • Gonzalo de la Figuera

Una mala noche la tiene cualquiera

La cantaora Estrella Morente (Granada, 1980).
La cantaora Estrella Morente (Granada, 1980).
Heraldo.es

Hasta los mejores tienen derecho a una mala noche, faltaría más. Resulta harto complicado para cualquier artista de postín mantener un nivel superlativo y estar a la altura de su prestigio cada vez que se sube a un escenario, y Estrella Morente no iba a ser menos. Que la hija mayor del añorado maestro don Enrique ha dado a lo largo de su carrera sobradas muestras de sus capacidades es algo fuera de toda duda: no podría haberse criado con mejor mentor. Pero el lunes, en un Teatro Principal prácticamente lleno, Estrella ofreció un discreto concierto con más sombras que luces, por mucho que la audiencia la aclamara como si fuera la reina del Sacromonte.

Estrella Morente **
Músicos:Estrella Morente, voz; José Carbonell ‘Montoyita’ y José Carbonell ‘Monty’, guitarras flamencas; Antonio Carbonell y Ángel Gabarre, cante y palmas; Pedro Gabarre y Curro Conde Morente, percusión.

No empezó mal la cosa, con un martinete reuniendo en cónclave a los cantaores y percusionistas (Morente padre a menudo solía empezar así sus conciertos), y en el que brilló la voz de Antonio Carbonell. Ya con Estrella en escena, sonaron unos cantes de Cádiz y unos tangos en los que la cantaora granadina deslizó algunos melismas y requiebros de marcado tono morentiano, heredados de su progenitor. Mas no daba la sensación de que Estrella se sintiera a gusto, de que la voz le llegara a donde debería, sonando un tanto asfixiada, sin fuelle, incluso con problemas de afinación.

Tal impresión continuó cantando por bulerías y por seguiriya, con ‘La estrella’ o con los aires de copla de ‘Amor de mis amores’, hasta llegar al final con ‘La noche de mi amor’ (en homenaje a Chavela Vargas y que dedicó a Luis Alegre), rematada por el gardeliano ‘Volver’. En fin, una Estrella Morente por debajo de sus posibilidades, facturando un flamenco de postal y escaso de duende, y que nos hizo recordar aún más -las comparaciones son odiosas- esas ocasiones en que su padre, don Enrique, nos ponía el alma en un puño y nos sobrecogía las entretelas. Confiemos en que sólo haya sido un lapsus, una mala noche.

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