Los tiempos cinematográficos cambian, y en los actuales escasean las producciones de presupuesto medio, dentro de las cuales se echan de menos las que beben de la ciencia ficción y la serie B. Si se añoran estas películas es natural que genere afinidad una propuesta como ‘65’. Scott Beck y Bryan Woods, que se dieron a conocer con el guión de ‘Un lugar tranquilo’ y dirigiendo ‘La casa del terror’, aplican una premisa arrebatadora. Varían la situación de la nave espacial estrellada en un planeta desconocido al asignar a la Tierra dicha condición, y ubican la acción hace 65 millones de años, lo que implica que los dinosaurios, aquí las criaturas alienígenas, centran las amenazas. Aunque se olvida rápido y podría haber dado más de sí limando las reiteraciones y la carga convencional que aparecen en el tratamiento emocional, entretiene, convence y retiene la sugerencia que despierta su base conceptual.

Producido por Sam Raimi, el filme aplica la clásica cuestión del protagonista volcado en el propósito que le queda. Un correcto Adam Driver interpreta a un piloto que intenta salvar a una niña, única superviviente de los pasajeros que iban en las cápsulas de criogenización. El vínculo que surge conlleva simbolismo, porque el adulto tiene una hija de edad similar y supone que la supervivencia y los sucesivos peligros se plasmen de manera más suave, lo que no resta interés, a pesar de que se hubiera preferido más violencia.

Los directores dejan detalles que señalan su conexión con el perfil y la esencia de la historia. La circunstancia establecida después, tan lógica como inteligente, refuerza la simpatía hacia lo dispuesto. La obra acierta al salirse del molde de ‘Parque Jurásico’ en los diseños de los dinosaurios, así como al mostrar una tecnología futurista con su punto rudimentario (la ‘brújula’), aspecto coherente tanto con la civilización avanzada como con el marco temporal.