Por
  • Francisco Javier Aguirre

Mozarteum de Salzburgo y Maria Joao Pires: dos genios en la sala Mozart

La pianista portuguesa Maria Joao Pires, durante el concierto de este martes en el Auditorio zaragozano.
La pianista portuguesa Maria Joao Pires, durante el concierto de este martes en el Auditorio zaragozano.
Auditorio de Zaragoza/Facebook

La narrativa contrapuesta de la obertura ‘Coriolano, Op. 62’, de Beethoven, fue expresada con viveza y claridad por la Orquesta Mozarteum de Salzburgo en la sesión que ofreció el martes, día 6, dentro de la Temporada de Grandes Conciertos. El prestigioso clavecinista y director Trevor Pinnock bordó los contrastes acentuando los silencios internos característicos de esta partitura épica, que finaliza con la despedida del protagonista prefiriendo el suicidio a la deshonra.

Mozarteum de Salzburgo y maria joao pires *****
Director: Trevor Pinnock.
Programa:Obras de Beethoven y Mozart.

Tras la primera estrella, Pinnock, la segunda y rutilante: Maria João Pires. Antes de su intervención, el director del Auditorio comunicó sus dificultades de movilidad a causa de un reciente contratiempo, a pesar de lo cual compareció en el escenario recibiendo una calurosa ovación previa a su lectura del ‘Concierto para piano y orquesta nº 3, en Do menor, Op. 37’, de Beethoven, en cuyo primer movimiento, ‘Allegro con brio’, ya deslumbró, tras una introducción orquestal impecable que el director diseñó con enérgica delicadeza.

Limpieza y elocuencia cromática en este movimiento y en los siguientes, un prodigio de modulación al que la orquesta correspondió con un excepcional control del tempo. Los apuntes solistas de las maderas fueron de excelente factura y quedaron bien integrados en el discurso orquestal. Los trémolos, arpegios, acordes y escalas de la Pires rayaron la perfección. A destacar, en el ‘Largo’, los melodiosos diálogos alternativos con la flauta y el fagot en pleno sosiego sonoro.

La ‘Sinfonía nº 41 en Do Mayor’, de Mozart, la ‘Júpiter’, es un símbolo de la libertad creativa. Ocupó la segunda parte de la sesión y Pinnock consiguió trasladar a la audiencia el espíritu que la anima, respetando escrupulosamente la partitura. Con instrumentos de época, respetó también su propia y prestigiosa trayectoria en este sentido. Hubo una propina.

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