La mano izquierda de los violinistas aguantaba, estoica, la dolorosa posición necesaria en ese ‘ostinato’ reiterado de dibujos de sol en extensión de cuatro octavas, sugerentes del calor del desierto en el tercer acto de ‘Aída’, de Verdi.

El espectáculo operístico de la Fundación Excelentia distaba de una escenificación completa de esta ópera grandiosa, quintaesencia del talento verdiano. Así pues, dadas las características de la sala Mozart, la puesta en escena quedó limitada al uso de una estrecha franja proscénica con varios elementos decorativos, dos pequeñas pantallas electrónicas, una grande al fondo y el esqueleto de una pirámide de barras de led, desde donde cantaron los solistas durante toda la función. No hubo danzas y la tradicional escena masiva del desfile de los vencedores con los esclavos a los sones de la popular ‘Marcha triunfal’ quedó reducida a la aparición del barítono Manuel Mas, que estuvo brillante como Amonasro.

Claudia Marchi afrontó con desenvoltura el papel de Amneris, desafío supremo para una mezzosoprano, y lució su carnoso registro grave y depurada línea de canto, negociando con solvencia su dúo con Aída, la soprano Ana Lucrecia García. García había iniciado su protagonismo con un ‘Ritorna vincitor’, luciendo voz consistente y muy amplia desde sus agudos potentes a sus graves netos. Su Aída, algo fría a veces, desplegó una potencia capaz de endurecerse sin dejar de ser musical y mostró un excelente ‘fiato’ en su dúo final, junto al tenor Piero Giuliacci, Radamés. Giuliacci atacó el aria señera ‘Celeste Aída’ con picos de afinación imprecisa y algo gritón en los agudos. Vicios que enmendó a lo largo de la función.

Soberbio, el coro y buen nivel general de los comprimarios, la pequeña pero cumplidora orquesta de 25 músicos y del director Kynan Johns.