MÚSICA POPULAR. OCIO Y CULTURA

La Lola, la Lola y su mito atravesaron las tierras de Aragón durante medio siglo

La cantante, actriz y bailarina fraguó su fama en la copla, el flamenco y su carácter, y empezó a actuar en Zaragoza en 1940 y acabó en Frías en 1990

En 1990, Lola Flores se entregó a las gentes de Frías de Albarracín en una noche inolvidable.
En 1990, Lola Flores se entregó a las gentes de Frías de Albarracín en una noche inolvidable.
Archivo Heraldo.

Tal día como hoy, hace un siglo, nacía en Jerez de la Frontera (Cádiz) Lola Flores, ‘la Faraona’, ‘la Lola de España’, ‘la niña de fuego’, una mujer que se convirtió en mito en vida no solo por su arte, sus espectáculos, su más de una treintena de películas y un buen montón de espectáculos y discos, sino por su temperamento racial, por su libertad sin tapujos e incluso por sus problemas con Hacienda. 

Nació muy cerca de la casa del cantaor Juan Chacón, era hija de un tabernero y una costurera; se formó en Sevilla (una de sus profesoras le dijo a su madre: “Señora, su hija tiene un estilo propio: canta y baila sin necesidad de seguir unas enseñanzas”) y regresó a Jerez, donde estudió baile con la artista María Pantoja. Debutó en el montaje ‘Luces de España’, con 16 años, y a partir de ahí inició su carrera. Con un monólogo de ‘Morena Clara’, de Florián Rey, convenció al director de cine Fernando Mignoni para trabajar en su película ‘Martingala’. 

Poco después se trasladó a Madrid, y a partir de 1943 se asoció con Manolo Caracol, que sería no solo su Pigmalión sino también su amante, para realizar la función ‘Zambra’, que se convirtió en uno de esos montajes donde se mezclaba la copla y el flamenco, con producción de Adolfo Arenaza. Con esa obra, inspirada en las funciones que Concha Piquer había ofrecido en Broadway, lograrían grandes éxitos. La puesta en escena era muy cuidada, la escenografía era del artista de la Generación del 27 Pepe Caballero, que se había basado en la pintura costumbrista y simbolista de Julio Romero de Torres.

Una "espléndida belleza jerezana" 

Ya en 1940, según informaba HERALDO el 28 de diciembre, anduvo por Zaragoza con un programa de variedades con “la criolla Inesita Peña”, “el humorista enciclopédico” Rafael Arcos, “los malabaristas cómicos” Los Lerín, “los bailarines excéntricos” Paqui y Poly, y ella, “bella cancionista de estilos cómicos”, según el reseñista, y también “espléndida belleza jerezana”, según la cartelera.

Cistué de Casro resaltó "el poderío de su temperamento, que se desborda por las ventanas de los ojos en mil facetas distintas, por las sierpes de los brazos, por los que hasta con los dedos traza jeroglíficos, que son otras tantas sentencias gitanas por las contorsiones..."

Un lustro más tarde ella y Caracol -que la bautizó como ‘la niña de fuego’- se hicieron asiduos del Teatro Argensola con aquella propuesta basada en la música de Quintero, León y Quiroga. De ‘Zambra’ se decía en los anuncios que era “un nuevo y formidable espectáculo lírico-folklórico”. Actuaron en febrero de 1945 y en julio de 1946, ahora ya eran presentados como “las dos máximas figuras del folklore español”. Al año siguiente con ‘Zambra 1947’, de nuevo, también ofrecieron dos únicas funciones en el Teatro Iris. 

En enero de 1948 volvieron al Argensola y la publicidad los presentaba como “los soberanos del arte flamenco” con ‘Zambra 1948’. En escena, según los cronistas, la gestualidad de los dos artistas principales iba más allá de lo profesional y se intuía la cercanía afectiva. Ese año de 1948 no actuaron una vez, sino dos: en enero, en el Argensola, y en agosto en el Iris; aquí, según la tarjeta de presentación se habían convertido en “los emperadores del arte gitano” y se recordaban los nombres completos de los responsables del invento: “Antonio Quintero, Rafael de León y maestro Quiroga”.

En 1950, en el desaparecido Argensola, que estaba en Independencia y que acogería en 1956 el estreno de ‘Oficina de horizonte’ de Miguel Labordeta, presentaron un nuevo montaje: ‘La maravilla errante’, que debió ser ya el canto del cisne de los enamorados; se decía que Caracol y Flores eran “genialmente secundados por Nati Mistral y Tony Leblanc”. Al año siguiente, el 17 de noviembre, el Cine Coso anunciaba la película ‘La niña de la venta’, con ambos, y se decía: “La última vez juntos”. En la venta se practicaba el contrabando y una joven cantante (Raquel) debía distraer a los visitantes e intrusos.

Nace una estrella incontenible

Para entonces, la joven estrella ya había firmado un contrato con el productor gallego Cesáreo González, responsable de Suevia Films, para realizar cine y teatro y realizar una gira por América, que la llevaría, entre otros lugares (Cuba, Brasil, Ecuador, Argentina y Estados Unidos), a México, donde rodó varias películas y recibió un apelativo nuevo: ‘La Faraona’. El nombre se lo debe a un productor mexicano y a una película homónima.

En noviembre de 1954, tras sus éxitos en el extranjero, Lola Flores estrenó una nueva obra: ‘Copla y bandera’, de Quintero, León y Quiroga, donde integraba a su hermana Carmen Flores. 

Alfonso Zapater: "Naturalmente, le invitaron de buenas maneras a que se fuera, porque allí no permitían semejantes prácticas culinarias. ‘¿Cómo han llegado a descubrirlo?’, se preguntaba. Y el Pescadilla, que entendía mucho de eso, se limitó a sentenciar: ‘Por el olor’”.

El crítico Pablo Cistué de Castro, escribió: “Para nosotros Lola Flores se merece cada uno de ellos con todo el poderío de su temperamento, que se desborda por las ventanas de los ojos en mil facetas distintas, por las sierpes de los brazos, por los que hasta con los dedos traza jeroglíficos, que son otras tantas sentencias gitanas por las contorsiones, por los desplantes y por toda la euritmia de su figura en esa agitación por las que todas las pasiones y afectos tienen su lenguaje”. 

Cistué de Castro, un crítico muy culto, volvió a escribir de ella con motivo de su presencia en el Teatro Principal en diciembre de 1956. Después se citó con ella “en un saloncito del Hotel Goya (…). La actriz jerezana llega a mí con andar jacarandoso y alegre sonrisa”. Ella comenta su reciente éxito en París: “Fue muy grande el éxito artístico. (…) Durante el mes de actuación se llenó el teatro de los Campos Elíseos, pero la situación de la moneda no es remuneradora. Ningún espectáculo gana dinero en París. Allí se va por el prestigio”. Le decía que “hoy me encuentro encantada de estar en España”.

Regresó a Zaragoza en el Teatro Principal en enero de 1961 con ‘La copla morena’, pero en este caso ya con su marido Antonio González, con quien se había casado tras una relación apasionada con el defensa del Barcelona Gustavo Biosca y algún otro futbolista. Hizo doble sesión de tarde y noche durante cinco días.

Retrato de familia en 1967: Antonio González, 'el Pescadilla', los tres hijos (Rosario, Antonio y Lolita), y Lola Flores.
Retrato de familia en 1967: Antonio González, 'el Pescadilla', los tres hijos (Rosario, Antonio y Lolita), y Lola Flores.
Miguel Marín Chivite/Heraldo.

Una de las anécdotas más curiosas, tal como contó Alfonso Zapater en sus ‘Historias de un reportero’, fue la del pescaíto y el infiernillo: “Quedamos por la mañana en el Gran Hotel (…). Estaba alborotada y fuera de sí”. Los habían echado del hotel a ella, a su marido y a sus tres hijos porque “le habían prohibido que friera ‘pescaíto’ en la habitación, para lo que se valía de aquellos infiernillos portátiles que servían para todo. Naturalmente, le invitaron de buenas maneras a que se fuera, porque allí no permitían semejantes prácticas culinarias. ‘¿Cómo han llegado a descubrirlo?’, se preguntaba. Y el Pescadilla, que entendía mucho de eso, se limitó a sentenciar: ‘Por el olor’”. Gracias a Francisco Martínez Kautela, el gran fotógrafo de HERALDO estudiado su nieta Cristina Martínez de Vega, que era amigo del director del Gran Hotel, Lola Flores y su familia se quedaron. A Kautela le dijeron: “Pero decidle que las habitaciones del hotel no son para freír pescado”.

Galas, salas de fiestas y senos al aire

El propio Zapater recuerda que en la celebración de los 50 años de Lola Flores, en enero de 1973 (aunque él traslada la fecha a 1971) la cantante actuó en la sala Beethoven “con un vestido transparente, color fresa, que no solo marcaba su silueta y sus formas sino que, prácticamente las ponía al descubierto. Además, de cintura para arriba iba desnuda; quiero decir, sin sujetador, aunque con el vestido de marras”. Lo más impresionante es que, medio en serio, medio en broma, “Lola nos sorprendió a todos, dejando sus senos al descubierto. ‘Salgo así para que vean que yo no necesito apaños ni trucos para lucir lo que Dios me ha dado. Y eso a mis cincuenta años’. Tenía razón: las tetas le paraban altas y turgentes, aun dejándolas sueltas, sin las apreturas de la tela transparente”, decía Zapater. Antonio el Pescadilla se quedó en un rincón con cara de pocos amigos.

Dos días después se iba a la piscina con su marido y otros amigos, y allí estuvo HERALDO. Y el columnista anónimo añadía: “Luis Mompel le hizo una bonita de colección de fotografías en traje de baño”. Y ella, a su vez, deslizaba esta frase: “Desde aquí, con Zaragoza a mis pies, se puede cantar mejor”

En mayo de 1972, en una entrevista sin firmar, decía que llevaba cinco años “haciendo galas en las salas de fiestas” porque “me dejan más tiempo libre. Por la mañana puedo ir a la piscina. Luego, entre sesión y sesión, queda mucho más tiempo también”, añadía en una entrevista ya en Zaragoza. Dos días después se iba a la piscina con su marido y otros amigos, y allí estuvo HERALDO. Y el columnista anónimo añadía: “Luis Mompel le hizo una bonita de colección de fotografías en traje de baño”. Y ella, a su vez, deslizaba esta frase: “Desde aquí, con Zaragoza a mis pies, se puede cantar mejor”.

En febrero de 1984, Lola Flores, vino Teatro Fleta con su hermana Carmen y su hija Lolita y actuaron en el ‘Concierto de las Flores’. En un diálogo con Carmen Puyó, responsable de Espectáculos, hablaba de sus hijas, de los años que no venía por Zaragoza, de la fe en la Pilarica, de su creencia en Dios y de los conflictos con Hacienda. Estaba servida de amor propio, era la Lola de España: “Bueno, a mí mi puesto ya no me lo quita nadie. Soy un mito, dicen que lo soy y reconozco que es verdad. Yo soy la Lola, la Lola, y la Lola. Y eso tiene mucha responsabilidad”, le decía.

Casi 2.000 personas se acercaron a Frías de Albarracín para ver y oír a aquel terremoto que era Lola Flores.
Casi 2.000 personas se acercaron a Frías de Albarracín para ver y oír a aquel terremoto que era Lola Flores.
Archivo Heraldo.

En 1990, aún reciente su absolución por el delito fiscal de no haber pagado impuestos de 1982 a 1985, y ya con el cáncer de mama que iba a acabar con su vida en 1995, Lola Flores fue a actuar a Frías de Albarracín (Teruel). María José Bruned, redactora de Cultura y Espectáculos, escribía en HERALDO el 20 de agosto de 1990: “Debe ser eso que los entendidos llaman arte, embrujo, tablas o saber estar sobre la tarima, porque la Faraona, en pocos minutos, se convirtió en la reina de Frías”. Bailó, cantó, se cambió de vestidos y sedujo a 2.000 personas. Y no solo eso: conversó con la gente, le hicieron fotos sin maquillaje y bebió en bota: “Yo aquí como todo el mundo”. Eso sí, tenía contratadas 40 galas más y dio la sensación de que a la mujer racial, falsamente gitana (lo era su abuelo) no le gustaba en absoluto la improvisación.

En Antena 3, en un homenaje que le hicieron, dejó otra frase de las suyas: “Ya puedo morir tranquila”.

(*Este artículo ha contado con la colaboración y las búsquedas de Pilar Rodríguez, jefa de documentación de HERALDO).

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