Patricia Coronas: "No todos tienen la valentía de enseñar el payaso que llevan dentro"

En la gala del circo aragonés hizo reír tanto al público que le pidieron que fuera  pregonera de las Fiestas del Pilar. ¿Le gustaría?
¡Cómo no! Este año he sido pregonera de mi pueblo, Grañén, junto a Luis Costa, y han sido una responsabilidad y un placer enormes. 

Cada vez parece más difícil hacer reír.
Al contrario, creo que es más fácil porque la gente lo necesita. Pero hay que quitarles el ‘hielo’ antes. 

¿No estamos poniendo últimamente muchos límites al humor?
Seguramente. Pero cuantos más protocolos quieras seguir más fácil es que te equivoques en escena. Creo que si vas con el corazoncito por delante puedes decirlo todo, pero sí, resulta complicado. Soy de una generación que creció viendo en la tele a la Bruja Avería, que gritaba: ‘¡Viva el mal, viva el capital!’. Hoy sería impensable.

¿Cómo se hizo payasa?
Estudiaba en la Facultad de Magisterio y una compañera vio el cartel de un curso intensivo de fin de semana de ‘clown’ y mimo, y me dijo que me tenía que apuntar, que parecía hecho para mí. Y seguí su consejo. Yo trabajaba con personas con diversidad funcional y en el curso descubrí un lenguaje, unos códigos que ayudan a llegar a todas las personas.

Así que el arte del ‘clown’ se puede aprender.
Todos podemos ser payasos, pero no todos tenemos la valentía de enseñar al mundo el payaso que llevamos dentro.

¿Es más fácil hacer reír a un niño o a un adulto? 
A un niño es más sencillo. 

Pero el humor no es universal. 
Algunos temas sí, otros no. Con Payasos sin Fronteras he estado en el Sáhara, en Kurdistán y Colombia, y en algunos de estos sitios, por ejemplo, los títeres de cachiporra no hacen ninguna gracia. Por razones evidentes.

Se aprende mucho allí.
Sobre todo la gran suerte que hemos tenido de haber nacido aquí.  

Usted juega más con las palabras que con los gestos. 
Ahora sí, porque quizá sea mi tendencia natural. Pero la palabra sin gesto no llega al público. 

Su espectáculo más aplaudido es ‘Premios Pitita’. ¿Cómo nació el personaje con sombrero de frutas a lo Carmen Miranda?
Todos los personajes salen de uno mismo, ese es el punto de partida. Y luego les vas incorporando matices que coges de otros personajes ficticios y de otras personas. Pitita lleva ese tocado de frutas y se cree muy diva pero en realidad es muy de pueblo. Es muy gamberra pero también muy dulce, y esos contrastes siempre producen situaciones muy cómicas.

Y tocan al corazón.
Bueno, Pitita juega a ser frívola pero al final acaba diciendo que no hay que esperar a que te den un premio para ser feliz. Porque el mejor premio que se puede recibir es la vida misma.

Sería fantástico que Pitita hiciera un espectáculo con el Fabiolo de Rafa Maza. 
(risas) Pues no estaría mal. Pitita y Fabiolo ya se ‘conocen’. Un día estuvimos hablando Rafa y yo tras una actuación y comentamos que los dos personajes son tal para cual: somardas, vivos y tontísimos. 

Usted es de Grañén... Muy de Grañén.
Nací allí y ya se sabe que tu patria es tu infancia. Es un pueblo que lo tiene todo. 

La magia de Huesca.
Huesca tiene magia, claro que sí. Pero también un defecto, el mismo que todo Aragón, y es que nos sobra humildad. Tendríamos que valorarnos más. Querernos más.

Y vive en Plasencia del Monte. ¿Qué hacemos con la España vacía? ¿Hay solución?
Vivo allí desde hace siete años. En invierno somos poco más de 30 habitantes, pero conozco a mucha gente que se iría a vivir a un pueblo, y quizá acabe haciéndolo en el futuro, porque hoy, teniendo vehículo e internet, se puede vivir en uno de ellos perfectamente. Es una buena opción. La España poblada y la despoblada tendrían que hablarse más, escucharse más. Porque los problemas siempre se solucionan hablando.