Ha sido un paso meritorio del Gobierno de Aragón en pos de una posible temporada de ópera. ‘El barbero de Sevilla’ llenó el Teatro Principal con Ricardo Casero liderando una orquesta que tocó con solvencia la música alada del compositor belcantista. El sonido del foso surgió inmaculado en esos ‘crescendo’ rossinianos y así, el sexteto final del primer acto propició el lucimiento de los seis cantantes principales.

Y todo lo entregó Borja Quiza, Fígaro, que se repuso olímpicamente a ese traspiés al subir al cajón desde donde lanzó su "Largo al factotum", luciendo voz bien timbrada, amplia y potente. El barítono articuló sus frases trepidantes con precisión, y mostró diestras dotes actorales y una vis cómica indudable. De la mezzo Paola Leguizamón, de voz agradable y ágil, se echó en falta mayor audibilidad en sus notas graves en arias, como ‘Una voce poco fa’.

Pablo Martínez fue un cimbreante conde de agudos firmes y limpia coloratura que lució sentido de la ornamentación aunque con cierta limitación en su volumen. Pavel Chervinsky, Basilio, de voz rotunda y clara, gustó ampliamente bien llevado por la batuta rectora de Casero en su potente aria ‘La calunnia’, si bien al final de la pieza pareció más pendiente de su baile que de proyectar voz.

Así mismo, Ricardo Seguel se creció ante el torbellino crepitante de silabas de ‘A un dottor de la mia sorte’, que devino una de las cimas cómicas de la velada. Amparo Navarro y los comprimarios cumplieron bien con sus personajes así como el coro en este montaje de Leo Castaldi, que recurre eficazmente al anacronismo con caracterización ‘actualizante’ de los personajes jóvenes, mientras que los viejos visten su indumentaria dieciochesca. Elementos escénicos sencillos con una utilización audaz de luces realzaron este innovador montaje de ‘Il barbiere’.