"Los museos no pueden ser espacios militarizados"

Las pinacotecas nacionales refuerzan la seguridad ante los ataques de activistas y el Ministerio de Cultura advierte que se deben "extremar las medidas de control".

Un grupo de visitantes del Reina Sofía ante el ‘Guernica’.
Un grupo de visitantes del Reina Sofía ante el ‘Guernica’.
Sergio barrenechea/EFE

El más icónico de los cuadros del Prado, ‘Las meninas’, atacado por activistas del clima. La policía arresta a una persona en el Reina Sofía después de lanzar puré de patatas contra el ‘Guernica’ para llamar la atención sobre el calentamiento global. Afortunadamente ninguno de estos titulares es #real, pero bastaría con sustituir el nombre de los cuadros y los museos por ‘Los girasoles’ de Van Gogh en la National Gallery de Londres, ‘La joven de la perla’ de Vermeer, en la galería Mauritshuis de La Haya, y un lienzo de Monet en el Barberini de Potsdam para convertirlos en noticias verdaderas. Ninguna de las tres pinturas sufrió daños (estaban protegidas por un cristal), pero la acción vandálica de los activistas climáticos dio la vuelta al mundo.

Bien lo saben los responsables de las grandes pinacotecas nacionales, que creen que cuanta más publicidad se dé a este tipo de agresiones más posibilidades hay de que se repitan y alcancen a alguna de las obras maestras del patrimonio estatal. Por eso, tras los ataques sufridos en Reino Unido, Países Bajos y Alemania, los principales museos españoles han reforzado sus medidas de seguridad y videovigilancia, pero también se han puesto de acuerdo para rebajar el eco de estas acciones y evitar concretar los planes de seguridad puestos en marcha para no dar pistas a los vándalos con la esperanza de que esta "grotesca moda" pase cuanto antes.

"Existen planes de seguridad y estos están reforzados en los espacios más críticos, pero el riesgo cero no existe", dicen desde el Reina Sofía. "Esto no es un problema de seguridad, es un problema de concienciación. Los museos no pueden ser espacios militarizados, no se puede obligar a la gente a ver los cuadros a quince metros de distancia", apuntan desde El Prado. "Los vigilantes están más pendientes, sí, pero preferimos no dar publicidad a este asunto", zanjan en el Thyssen. Y todos coinciden en lo obvio: imposible poner un guarda detrás de cada visitante o al lado de cada cuadro.

Control de bolsos y mochilas

Entre los tres centros sumaron en 2021 casi tres millones de visitas (aún no se han recuperado las cifras prepandémicas cuando se doblaba esta cantidad), lo que pone de manifiesto lo complicado que es garantizar el blindaje "salvo que queramos convertir la entrada a un museo en una terminal de aeropuerto", comparan.

Este pasado sábado las tres pinacotecas estaban a reventar. En El Prado, decenas de turistas hacían cola en las taquillas bajo la presencia de media docena de policías nacionales armados hasta los dientes, aunque más bien en tareas disuasorias que en labores de vigilancia. Para acceder al interior había que atravesar un arco de seguridad, depositar los efectos metálicos en bandejas y pasar los bolsos y las mochilas por un escáner controlado por guardias privados. "Las normas ahora son las de siempre, pero se aplican de una manera más tajante", explican. Comida, bebida u objetos punzantes pasan un control más exhaustivo, pero es complicado negar a una madre que pueda llevar una botellita de agua para su hijo pequeño.

Lo cierto es que en la sala 12, el ‘sanctasanctórum’ del Prado, donde cuelgan ‘Las meninas’, no menos de 70 personas contemplaban el cuadro a apenas un metro de distancia. Unos llevaban bolsos, otros mochilas, había algún carrito de bebé con sus bártulos… bastante tenían los vigilantes con estar ojo avizor y advertir que no se podían sacar fotos. La misma situación se repetía en la sala de ‘Los fusilamientos’ de Goya o en la de ‘El jardín de las delicias’, de El Bosco, donde los visitantes podían admirar las obras sin sentirse incomodados por un exceso de celo en la seguridad.

¿Y qué comentaban los turistas? "Tomárselo con un cuadro no es una forma de fomentar el ecologismo", arguye Paula, gaditana de 19 años y simpatizante de los movimientos ambientalistas. "Me parece bien que se proteste, pero ¿qué culpa tiene una obra de arte?". Más críticas se mostraban Anna y Julia, treintañeras de Barcelona: "A esta gente se les ha ido la pinza. Mejor no darles bola".

El 'Guernica', a tres metros

En la entrada del Reina Sofía, medio centenar de personas guardaba su turno en la calle bajo la discreta presencia de un coche de la Policía Local. Tras pasar por el arco detector de metales, el destino de la mayoría era la sala 205, ocupada por el ‘Guernica’. Dos vigilantes flanqueaban el cuadro de Picasso ante un enjambre de ojos que escudriñaba los 27 metros cuadrados de la tela. "Fotos no por favor", repetían cada vez que alguien apuntaba con su móvil.

Nadie se puede acercar a menos de tres metros del ‘Guernica’, una distancia que aúna seguridad con el disfrute de poder contemplarlo en toda su grandiosidad. Fernando, un turista mexicano, explicaba a sus dos hijos adolescentes la relación de la pintura con la Guerra Civil y el bombardeo de la villa vizcaína. Los tres estaban perfectamente informados de las agresiones de activistas climáticos y no les cabía en la cabeza que algún "tarado" se atreva a atacar el ‘Guernica’. "Es una locura. No puedo concebir que alguien proteste lanzando sopa de tomate a un cuadro. ¿No hay formas más inteligentes de defender la causa?".

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