La biblioteca del Congreso, un tesoro de 170 años adaptado al siglo XXI

Recibe a diputados, asesores o asistentes que se documentan a diario sobre futuras leyes en materias sociales, laborales, económicas o ecológicas.

Fachada del Congreso de los Diputados.
Fachada del Congreso de los Diputados.
Enrique Cidoncha

La biblioteca del Congreso cumple el año que viene 170 años pero mantiene la misma función con la que nació durante la regencia de María Cristina, cuando los primeros procuradores acudían a asesorarse para hacer las leyes. Hoy, ante un Congreso muy fragmentado, se adapta al siglo XXI con materias tan diversas como la eutanasia o las criptomonedas.

Este tesoro que alberga el Congreso, una construcción de madera de cedro y caoba levantada en cuatro pisos en 1853, con cierto sabor inglés y con bóveda ovalada, recibe a diputados, asesores o asistentes que se documentan a diario sobre futuras leyes en materias sociales, laborales, económicas o ecológicas.

Durante una entrevista con EFE, el jefe del servicio de Información Bibliográfica de la biblioteca, Javier Plaza, explica que cada año incrementan la colección de la biblioteca en más de 3.000 recursos, también en formato electrónico, y que entre los últimos ingresos llama la atención las monografías publicadas sobre las criptomonedas o sobre información financiera.

"En contraste con el libro más antiguo, que es un libro de horas. Es una imagen del cambio social y vital que hemos tenido en quinientos años", incide tras mostrarnos un manuscrito hecho con piel de feto de becerro, de estilo gótico con rasgos flamencos, ilustrado con llamativos colores y que se utilizaba para rezar en cada hora del día. "Un códice de altísima calidad", recalca.

Y es que en esta biblioteca, en la que aún se aprecian las vitrinas acristaladas identificadas con números -tal y como se ordenaban antiguamente los libros- conviven desde manuscritos del siglo XV o incunables procedentes de conventos, de donaciones de parlamentarios del siglo XIX o de procesos de compra de otras bibliotecas antiguas, hasta una extensa bibliografía sobre la eutanasia o sobre las fronteras territoriales de jurisdicción de aguas.

"Desde principios de año llevamos más de 140 bibliografías..., y los trabajos que realizamos van unidos y paralelos a la demanda de proposiciones o preguntas que hacen los parlamentarios", señala Plaza, que incide en que actualmente con tantos partidos políticos el trabajo es mayor y hay mucha demanda de información.

Actualmente, la biblioteca apenas recoge el 10 % del conjunto documental. Alberga cerca de 330.000 volúmenes, pero también hay que contar que hay mas de 40.000 libros electrónicos, además de una gran variedad de revistas. En total, en catálogo hay más de 500.000 referencias.

La pluralidad documental es fundamental y, aunque la biblioteca acoge cerca de un 20 % de lecturas políticas, un 40 % vinculadas a la economía y el resto repartido en temas de sociología, política e internacional, también destaca por tener muchos ejemplares raros de gramática y medicina.

"Libros censurados por la Inquisición y firmados por el propio inquisidor", desvela el responsable de esta biblioteca, mientras nos enseña la bóveda de la sala, que representa una alegoría de las leyes y que fue pintada por un antiguo funcionario de la Cámara, letrado mayor.

Además, destaca una colección de libros raros o especiales como una colección de pequeñas constituciones encajadas en polveras: la Constitución de Cádiz de 1812, la de la República de 1931, o la actual de 1978. O una de Cádiz, con más de 300 artículos impresos en miniatura.

Y en medio de un silencio sepulcral resuena el tintineo de las horas de uno de los relojes más importantes del Congreso, una pieza adquirida en 1870 que bien podría encontrarse en una antigua estación de tren.

Elaborada por una pequeña empresa asturiana que aplicaba la técnica suiza fue la encargada de suministrar casi todos los relojes de esa época a Renfe.

"Funciona perfectamente. La precisión de la tecnología suiza y la construcción española es muy buena", ironiza, toda vez que un relojero viene una vez a la semana a darle cuerda.

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