Segura lo vuelve a hacer
Hay historias de temporada, estacionales, que fuera de sus fechas encajan de modo poco natural, lo que provoca que chirríen y que de primeras cueste entrar en ellas. Sucede por ejemplo cuando emiten en verano el capítulo navideño de una serie. Precisamente esa es la particularidad que envuelve el momento elegido para estrenar ‘Padre no hay más que uno 3’. No obstante, ya se sabe que Santiago Segura tiene olfato y visión comercial, destreza manifestada en su día con el icónico y zafio Torrente y ahora en su todavía chocante acomodamiento en la comedia familiar. Si las dos primeras películas sorprendían como digno pasatiempo liviano a pesar de su raíz convencional y su notoria escasez de fondo, la tercera revalida el factor de la simpatía, aunque la intrascendencia está bastante más presente (con lo que ello anuncia acerca de la fórmula). En todo caso, Segura lo vuelve a lograr.
La comicidad se construye de nuevo sobre el trabajo del reparto joven (vistoso dentro de que asome lo postizo, lo que conecta con el lado demasiado medido de la producción), la sencillez, el humor blanco (los apuntes irónicos, la base amable) y el juego con las mentiras piadosas y los enredos ligeritos. Esta vez el tratamiento lúdico, subtramas complementarias aparte, gira en torno a los esfuerzos de los menores por comprar una figura del niño Jesús idéntica a la que han roto y que tan cálidos recuerdos le trae su padre, y al interés del progenitor en que su hija mayor retome su relación con su novio porque el posible sustituto es aun peor. La nadería resulta evidente, pero como se ha indicado Segura consigue que prevalezca la afinidad.
La entrada en escena de Loles León, en su inconfundible perfil, favoreció el tono de la segunda parte, estrategia que Segura mantiene con la continuidad de la actriz y sumando al elenco a Carlos Iglesias como el otro abuelo, por supuesto en su registro reconocible y con su punto tristón.