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Máximo Huerta: "Soy un contador de historias y ese es mi oficio real"

El exministro de Cultura nació en Utiel en 1971. Con ‘Adiós, pequeño’ (Planeta), ganó el premio Lara 2022 de novela, que presentó ayer en Ámbito

Máximo Huerta evoca su infancia y la huella de sus padres.
Máximo Huerta evoca su infancia y la huella de sus padres.
Guillermo Mestre.

¿Qué le debe a Zaragoza?

Zaragoza es el viaje de novios de mis padres, Zaragoza es mi primer viaje para que me pasasen por la Virgen del Pilar. En mi coche sigue la cinta comprada por la abuela; he cambiado de coche, de todo, de pareja, de casas, pero no de la cinta de la medida de la Virgen, que sigue en el coche. Mis primeras lecturas se deben a Zaragoza, y lo recuerdo.

Esas lecturas se las debe a la hermana Teresa.

Sí. Era una monja de Zaragoza que siempre venía a casa y, más allá de la bolsa de caramelos, siempre traía cuentos de la editorial Molino. Zaragoza es clave en mi vida: representa también el gran viaje como lector, que es el más duradero.

¿Cómo nace este libro?

De mi miedo a la muerte, de intentar parar la muerte. Mi idea era hacer la vida un poco más lenta, y recordar lo que tienes, que es la memoria, muy dada a las novelerías. Así también es la mía.

La memoria empieza a esponjarse, se habita de recuerdos y de instantes poco a poco…

No fui consciente de que estaba escribiendo una novela. ‘Adiós, pequeño’ me ha invadido. Decía Proust que los libros hay que dejarlos que nazcan, no hay que ir a buscarlos, y lo que único que hay que hacer es traducirlos. Lo que he hecho es traducir un libro que estaba dentro de mí. Hay historias que están tan cerca de uno que merecen una novela.

"Era una monja de Zaragoza que siempre venía a casa y, más allá de la bolsa de caramelos, siempre traía cuentos de la editorial Molino. Zaragoza es clave en mi vida: representa también el gran viaje como lector, que es el más duradero"

Este miedo a la muerte viene de la enfermedad de su madre.

De la vejez…

Dice usted: «Envejecer es de valientes».

Lo creo. Para el protagonista y para el que envejece, porque perder facultades, y decir que ya no puedo leer o ver más, resignarse a eso y ponerle una cara amable, para todo eso hay que ser valiente. Y el que está al lado como cuidador también se enfrenta al «cómo hago algo bonito de lo que no lo es».

Usted lo pasa mal, su madre, con un tumor, lo pasa mal. ¿Ha querido hacerle un homenaje?

No es tanto un homenaje a la madre como un homenaje a la mujer. Las madres pierden su identidad cuando se casan. Esta novela es una manera de mirar a las madres como mujeres. Se trata de imaginarte a tu madre como mujer, joven, coqueta, ¿dónde quedaron sus frustraciones, adónde fueron sus sueños? Es una manera de celebrar la vida de las mujeres antes de que fueran madres. No tienen ni identidad: no tienen ni nombre, solo es tu madre.

Dice usted: «El día que nací yo murió mamá». ¿No sé si está tan seguro de ello?

Mi madre hubiera sido más feliz si yo no hubiera nacido. Porque ella perdió la independencia.

Impresiona cómo cuenta un viaje en coche. Su madre dice: «Me voy a tirar por la ventana».

Y yo le contesto: «Si te tiras tú, me tiro yo».

Sí, y estremece esa revelación de que su padre le estaba llamando todo el rato «puta».

Es cierto. Lo digo. Es una época violenta, dura, que no juzgo, solo la narro, de hombres que confundían el respeto con el miedo y de mujeres que perdían su identidad tras un hombre al que tenían que acostumbrarse porque habían pagado el peaje del matrimonio. Mi madre tenía personalidad, un sexto sentido, era culta y lectora, a pesar de todo. Soy consciente de que es un libro verídico, sincero. El dolor no tiene memoria, con lo cual uno no vuelve a sentir el dolor, pero sí que soy consciente que hubo dolor.

"Mi madre tenía personalidad, un sexto sentido, era culta y lectora, a pesar de todo. Soy consciente de que es un libro verídico, sincero. El dolor no tiene memoria, con lo cual uno no vuelve a sentir el dolor, pero sí que soy consciente que hubo dolor"
Máximo Huerta revela el peso de la Guerra Civil, el silencio y el miedo.
Máximo Huerta revela el peso de la Guerra Civil, el silencio y el miedo.
Guillermo Mestre.

También hay ternura: recuerda que su padre era un enamorado de los maquis.

Eso lo transformaba. Lo último que le regalé fue un libro sobre los maquis. Su vida tampoco fue fácil. Murió de alzhéimer en 2017, y sufrió accidentes graves de camión, invalidez permanente, ingresos hospitalarios y cojera.

Dice que en 1971 aún se notaba la huella y el olor de la Guerra Civil. ¿No exagera?

Para nada. Soy un niño rural. Y ahí dura todo mucho más, y el miedo a la hora de pasear, «aquí mataron a tal», lo he escuchado desde niño. «Mira los agujeros de la tapia», «los cuerpos cayeron aquí», se oía. La Guerra Civil se nos acabó antes de ayer.

«Mi gran fracaso no ha sido el Ministerio de Cultura y Deporte», anota. ‘Adiós, pequeño’ es un libro de heridas y confesiones. ¿Ha sido su gran herida?

Jamás he dicho nada de ello y no voy a hacerlo ahora. Les ha afectado más a los demás que a mí. No tengo nada qué decir.

¿Le fue fácil readaptarse?

A la literatura, a la radio y a la televisión. Soy un contador de historias y ese es mi oficio real. Y ahora, para cuidar a mi madre, he vuelto a Valencia. E intento ser feliz a diario, y no siempre es fácil: soy hijo único y eso también condiciona y responsabiliza.

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