Redactor de Cultura de HERALDO DE ARAGÓN

Un siglo de José Luis López Vázquez

José Luis López Vázquez y Cassen en 'Plácido'.
José Luis López Vázquez y Cassen en 'Plácido'.
Archivo Heraldo.

George Cukor, que fue un gran director de actores, vio a José Luis López Vázquez (1922-2009) y se quedó fascinado. Lo dirigió en ‘Viajes con mi tía’ (1972) y quiso llevarlo a Hollywood, donde le pusieron un cheque en blanco. El actor, calvo, más bien feo, con o sin bigote, y sentimental, sintió un arrebato de pereza y se volvió a Madrid y a la escena española: aquí se sentía cómodo, importante, más cercano a su lengua y a su público. Para entonces ya era uno de los grandes, de la estirpe de Fernán Gómez, José Sazatornil, Paco Rabal y José Sacristán. 

Ya lo había hecho casi todo: había debutado en el Teatro María Guerrero y tenía una trayectoria impresionante. Era un actor fetiche de Pedro Lazaga y Mariano Ozores, con quienes encarnó al español reprimido, hambriento de amor y de placer. Y había hecho películas turbadoras como ‘El bosque del lobo’ de Pedro Olea, donde encarnaba a un buhonero emparentado con el ‘lobishome’, ‘Peppermint frappé’ de Carlos Saura o aquel personaje de ‘La cabina’, de Antonio Mercero, que se asoma al absurdo kafkiano en un parábola de la incomunicación. Y ya había formado una de las parejas cómicas del cine español con Gracita Morales, con quien triunfó en películas como ‘Atraco a las tres’ de Forqué y en ‘Los palomos’. Y era también uno de los integrantes del gran reparto coral de ‘Plácido’ de Berlanga y aquel sastre inverosímil de sotanas que medía el cerebro de los niños en ‘El verdugo’.

 José Luis López Vázquez lo hizo casi todo –incluso diseñar vestuario y concebir escenografías para el teatro–, era capaz de hacer reír, de resultar ridículo, de fingirse aprendiz de seductor o de ligón de tres al cuarto, y daba de maravilla en el drama. Desde un impulso primario, encarnó la complejidad. El humor brota del dolor y del desafuero. Si fue uno de los actores más queridos del zaragozano Forqué, no lo fue menos de Luis García Berlanga, que lo incorporó también a su trilogía ‘Patrimonio nacional’. Poseía una dicción especial, era educado aunque distante, y tenía claro que la censura, tan surrealista, «era un quebranto» constante.

Con todo, demostró que un actor es un creador de personajes y emociones, alguien cargado de recursos que tiene la facultad de ser cientos de seres que no dejan de ser uno: el hombre corriente que anda por la calle, preso de una melancolía sin fondo.

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