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Lo inacabado y lo inacabable: una mirada a la muestra 'No finito' de Caixaforum
Una exposición única, con grandes figuras, que termina su viaje en Zaragoza, tras Palma de Mallorca y Valladolid
El mito del «non finito», de lo inacabado en el arte comienza necesaria y tópicamente con Miguel Ángel. Si hacemos caso a críticos «fundacionales», como el victoriano Walter Pater, esto tiene que ver, en lo hondo, con la pérdida de la inocencia, o la introducción de la duda existencial, del adiós, para bien y para mal, a la simplicidad teológica de los viejos maestros. El rostro del ‘Día’, en las tumbas mediceas, sería el ejemplo de lo inacabado voluntario, utilizado como herramienta expresiva, y la Piedad Rondanini, un proyecto inconcluso, producido a partes iguales entre la voluntad y la muerte.
De Miguel Ángel a los dibujos
Miguel Ángel no está físicamente (es difícil) en esta exposición sobre lo ‘inacabado’ del CaixaForum, pero sí su fantasma, y no deja de ser la referencia ineludible para los autores que se dan cita en el catálogo, empezando por el ensayo de la comisaria, María Bolaños (hasta hace nada, directora del Museo Nacional de Escultura de Valladolid).
Sobre todo, Miguel Ángel es protagonista esencial del ensayo de Miguel Sobrino, teórico y práctico de la escultura, quien nos recuerda que «hacer una escultura es quitar a una piedra lo que le sobra», una idea que conduciría, de rebote, al ‘non finito’ escultórico, que sería el dejar medias, de modo que las obras inacabadas se convierten en lecciones sobre el cómo se hace una escultura. Algunas de las piezas que vemos en la exposición, como la ‘Cabeza de caballo’ de Baltasar Lobo, son muy significativas en ese sentido.
José María Parreño, en otro ensayo, y la propia comisaria recuerdan cuánto ha podido cambiar el concepto de lo inacabado a partir de las vanguardias, y sobre todo, en el momento en que los procesos y no la obra final pasan a ser lo importante. María Bolaños aporta una cita impresionante de Walter Benjamin: «Toda obra de arte acabada es la mascarilla funeraria de su intuición». Claro que esto sólo representa un estadio intermedio, el de la crítica de la modernidad hacia el objeto artístico, que concluirá en el descarte de un imposible objetivo final, ya innecesario. Como lo expuesto en el museo sería siempre un punto intermedio (o un fracaso), se preferirá un arte del puro ir haciendo (y deshaciendo).
El concepto mismo de lo ‘non finito’ se puede aplicar a una exposición como ésta, cuyo asunto, en el fondo, parece inabarcable. Porque, frente al abandono en la escultura (donde algo sobra), tenemos el esbozo en la pintura (donde algo falta); y tenemos también las obras dañadas, o incompletas, de las que provee la Arqueología, y que alimentan un canon paradójico de figuras mutiladas; más los fracasos anunciados, de los que es paradigma la Torre de Babel, o el infinito como asunto imposible e irresistible. Y etcétera, etcétera.
La exposición, magnífica, no deja de ser una invitación a mirar de otra forma. Las salas están pobladas de piezas excelentes, únicas, que vienen de numerosas colecciones. Entre otras cosas, tenemos un conjunto importantísimo de dibujos de la colección Abelló, entre los que, por supuesto, llamará la atención el de Van Gogh (una cabeza de aldeana, época holandesa), pero que incluye otras maravillas de varios siglos, desde Tiepolo a Baselitz.
Colaborador habitual de la Fundación La Caixa, el Museo Británico sigue siendo fuente de rarezas que invitan a la reflexión, como una «bizarría» del barroco Bracelli, precursor de De Chirico, o como ese fragmento de friso griego, cuyo esquematismo se justifica por la altura a la que se situaba, que haría inútil el detalle. Al nivel de nuestros ojos, ese friso nos revela la tramoya del arte. Lo mismo sucede al mostrársenos el envés de una talla de Berruguete, al desmontarla de su altar. La trampa y el cartón de la obra de arte se manifiesta también, de modo literal, en la plantilla de la ‘Gran Bailarina’, de Pablo Gargallo.
Como la exposición trae a mi ciudad algunos de mis artistas favoritos, no puedo quejarme en absoluto. Tenemos un ‘frottage’ de Max Ernst, o una película de William Kentridge, ante la que merece la pena perder los ocho minutos que dura.
Algunos místicos
William Kentridge es el mago contemporáneo del carboncillo, lo suyo es un esbozo inacabable, una corrección continua sobre el papel, que sólo sabe atraparse como documento, a través de fotografías, después, películas de animación. Tenemos una pintura de la excelsa Agnes Martin. Aquí, lo que decía de la tramoya entra en crisis, porque, desde una ascesis radical, las líneas del lápiz sobre la tela quedan al desnudo, y no unas líneas perfectas, de regla de ingeniero, sino más humanas, como de costurera. Junto a Agnes Martin, en una pared que no tiene precio, hay otros compañeros místicos: Joseph Beuys, Wassily Kandinsky, Jorge Oteiza y Marc Chagall.
Se trata del capítulo o gabinete que la comisaria dedica a las ‘abreviaturas’, a los que llama desafíos al acabado convencional.
Como precedente de esta idea está el Greco, un ‘llameante’ San Juan Evangelista que me recuerda que, en paralelo a esta exposición, el Museo Goya, de la Fundación Ibercaja, acaba de inaugurar una muestra sobre Doménikos Theotokópoulos, que complementa bien, y termina de iluminar el debate entre lo acabado e inacabado.
PINTURA Y ESCULTURA
'Non finito. El arte de lo inacabado’. Varios autores. Caixaforum. Zaragoza. Hasta 29 de mayo. Comisaria: María Bolaños. Directora del Museo Nacional de Escultura de Valladolid.
