CONTRAPORTADA

Antoni Coll: "Cuando llegué a Zaragoza en 1969, descubrí la gran ciudad"

El periodista ilerdense presenta este miércoles el libro ‘¿Puedo llamarle Mijail?’ (Editorial Comuniter) en el Museo de Zaragoza a partir de las 19.00.

El periodista Antoni Coll (Ibars de Urgel, 1943), ante la Catedral de Tarragona.
El periodista Antoni Coll (Ibars de Urgel, 1943), ante la Catedral de Tarragona.
Lluís Milián/Diari de Tarragona

¿Qué supone volver a Zaragoza, ciudad en la que recaló con 26 años y donde llegó a ser director de ‘El Noticiero’?

Zaragoza siempre está en mi recuerdo. Aquí viví ocho años muy intensos. Cuando llegué en 1969 procedente de Lérida, para mí fue descubrir la gran ciudad. Me cautivó la forma de ser de la gente, muy abierta y amable. Fue un lujo trabajar en un periódico como ‘El Noticiero’, del que me hicieron director con 29 años. Fue un reto mayúsculo.

¿Cómo afrontó una responsabilidad tan grande, que engloba el trato con los propietarios, la redacción y las presiones de agentes políticos y sociales?

El director de un periódico es como un entrenador de fútbol. Tiene que estar bien con el propietario, porque si no, durará poco, y, sobre todo, con los jugadores/periodistas. En todos los periódicos en los que he estado me he sentido muy a gusto con la redacción y espero que ellos también conmigo. Este equilibrio es fundamental. Después hay presiones políticas y de otro tipo, pero si los dos anteriores elementos sintonizan contigo, son soportables.

Su labor periodística le ha permitido ser testigo directo de hechos históricos, algunos de los cuales relata en su nuevo libro.

Debo reconocer que mi idea siempre había sido ser periodista de la crónica internacional, corresponsal. Lamentablemente, nunca lo pude ser. La vida me llevó a hacer durante más de 24 años periodismo de despacho como director –4 en Zaragoza y 20 en Tarragona–. Pero cada oportunidad que tuve de salir fuera, la aproveché. Cubrí ‘in situ’ las primeras elecciones que ganó Margaret Thatcher en 1979, asistí a una recepción con Ronald Reagan en Ellis Island (Nueva York), estuve en el primer viaje internacional de Juan Carlos I como Rey en 1976 a la República Dominicana y Washington, fui testigo de las últimas elecciones en la Alemania Oriental en 1990, cuyo ganador quería la disolución del país, algo inédito en la historia de la humanidad; me desplacé a Atlanta para conocer a la familia de Martin Luther King y estuve con su viuda, Coretta...

La obra ‘¿Puedo llamarle Mijail?’, que aborda la importancia del factor humano para lograr el final de la Guerra Fría, llega en un momento propicio, en plena invasión rusa de Ucrania.

Cuando comencé a escribir el libro hace un año no podía imaginar lo que ocurriría en Ucrania. El libro ofrece algunas claves para entender lo que está sucediendo ahora por contraste. Si algo ocurre en estos momentos es la desconfianza muy fuerte entre Vladimir Putin y los dirigentes occidentales. En el libro cuento cómo se fueron estableciendo unas relaciones personales de confianza para dar fin a la Guerra Fría. Mijaíl Gorbachov tuvo otra actitud que sus predecesores al mando de la Unión Soviética y se entendió incluso con personas como Thatcher o Reagan, que ideológicamente eran muy de derechas.

En el texto combina el relato de las grandes decisiones políticas con detalles aparentemente menores sobre los encuentros de aquellos líderes, como qué comían o dónde se reunían.

Si tiene algún valor el libro, es ese. Explica que, a partir de cultivar las relaciones personales, se llegó a importantes acuerdos que parecían imposibles. Hasta tal punto, que cuando los protagonistas dejaron sus responsabilidades políticas, continuaron reuniéndose, sin ninguna obligación. Como ejemplo, Gorbachov asistió al entierro de Reagan por el simple motivo de que era amigo suyo.

Las comparaciones son odiosas con la actualidad.

Hoy no existe ninguna relación personal de este estilo y es una pena, porque seguramente no hubiéramos llegado hasta donde se ha llegado. En una de las primeras entrevistas que le hicieron a Joe Biden como presidente de Estados Unidos le preguntaron si creía que Putin era un asesino y respondió que sí. Comenzando así...

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