Han pasado treinta años del estreno de la primera película del actor Sean Penn como director. Al margen de su, para mi, brillante carrera como intérprete, Penn ha realizado en este tiempo unas siete producciones, ninguna muy importante y casi todas marcadas por unas mismas características. Entre estas, su gusto por retratar personajes cargados de una cierta violencia y marcados por vivencias poco amables.

Para su último trabajo, ‘El día de la bandera’, el director y actor ha partido de un libro de memorias familiares de la periodista Jennifer Vogel y ha contado para el papel protagonista femenino con su hija Dylan Penn. El protagonismo masculino se lo ha guardado para él, cometiendo con ello, quizás, el primero de los errores del filme. Porque Penn es un intérprete de primera cuando es llevado por buenos cineastas, pero no cuando se dirige a sí mismo, algo que se aprecia claramente en ‘El día de la bandera’. Metido en la piel de un padre que no sabe mantener una familia, capaz de abandonar esposa e hijos y llevar una vida de delincuente, el actor se muestra en todo momento algo excesivo en sus movimientos y gestos, entrando al trapo, además, de largas peroratas, en ocasiones de tintes filosóficos y vitales, que pueden llegar a cansar. Frente a él está el personaje que encarna su hija, a la que vemos crecer lentamente en pantalla hasta conseguir dar cuerpo a un papel que logra dominar.

Son bastantes los intérpretes que deciden dirigir, pero no todos tienen el talento de Clint Estwood. Sean Penn se ha tomado su tiempo entre una producción y otra, ha dirigido con calma, ha contado con repartos importantes - Jack Nicholson, Javier Bardem-. Pero no ha llegado a hacer la gran obra con la que sueña un creador. Tiene aptitudes, sabe crear momentos mágicos, maneja muy bien la fotografía, pero su estilo narrativo es tan caótico como el personaje al que él mismo da vida en ‘El día de la bandera’.